“Si los científicos reconocieran que el espíritu no es materia ni está regido por las

leyes de la materia, y refrenaran las especulaciones a que les mueve su conocimiento de las cosas materiales, eliminarían la principal causa de disgusto que solivianta los sentimientos religiosos de las gentes”. Pero no harán tal, seguramente, porque por una parte les ha exasperado la noble, franca y leal rendición al espiritualismo de un hombre tan eminente como Wallace, y por otra repugnan adoptar una conducta de prudente expectativa como la de Crookes. Contra las opiniones expuestas en la presente obra, se levanta la única objeción de que están basadas en el sostenido estudio de la magia antigua y de su moderna forma el espiritismo. Aun ahora que se han vulgarizado los fenómenos de análoga naturaleza, confunden muchos la magia con la prestidigitación y el ilusionismo. En cuanto a los fenómenos espiritistas, ya que no sea posible negarlos por su abrumadora evidencia, se los tiene por alucinación de cuantos los presencian. Al cabo de muchos años de fomentar el trato de magos, ocultistas, hipnotizadores y demás profesores del arte en sus dos modalidades blanca y negra, nos creemos con sobrada idoneidad en tan controvertido y complejo asunto. Nos hemos relacionado con los fakires de la India y hemos presenciado sus comunicaciones con los pitris. Hemos observado los procedimientos y actuaciones de los derviches de la danza aullante; hemos tenido amistoso trato con los marabutos o santones musulmanes y con los encantadores de serpientes de Damasco y Benares, cuyos secretos pudimos sorprender. Por consiguiente, nos apena que científicos desconocedores de todos estos fenómenos y sin oportunidad para estudiarlos, los achaquen a meras habilidades de prestidigitación. Debieran suspender todo juicio hasta analizar por completo las fuerzas de la naturaleza, pues resulta de manifiesta incongruencia, por no decir mala fe, desdeñar asuntos que al fin y al cabo son de índole psicológica o fisiológica y rechazar sin más ni más la posibilidad de tan sorprendentes fenómenos. No cerjaremos en nuestro empeña, aunque hubiese de repetirse en nuestros días el insulto lanzado por Faraday, al decir con más espontaneidad que cultura cívica: “muchos perros aventajan en lógica a algunos espiritistas” (1). Los insultos no son argumentos y mucho menos pruebas. Porque hombres como Huxley y Tyndall califiquen el espiritismo de “creencia degradante” y la magia de “prestidigitación”, no por ello dejará la verdad de serlo. El escepticismo, ya dimane de un ignorante o de un erudito, es incapaz de invalidar la inmortalidad del alma. “La razón está sujeta a error”, dice Aristóteles, y así puede ocurrir que la opinión del más ilustre filósofo sea más equivocada que el vulgar sentido común de su analfabeto cocinero. En los Cuentos del Califa impío, el sabio, árabe Barrachias-Hassan-Oglu, dice prudentemente: “Guárdate, ¡oh hijo mío!, de la alabanza propia, porque embriaga con deleite. Aprovéchate de tu saber, pero respeta asimismo la sabiduría de tus padres. Y acuérdate, ¡oh amado mío!, de que la luz divina de la verdad de Allah alumbra a veces más fácilmente una mente rasa que otra que, por estar repleta de conocimientos, no da cabida al argentino rayo... Tal es el caso de nuestro sapientísimo cadi”.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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