Si alguien objeta diciendo que no es posible ver lo que “todavía no existe”, le

responderemos que tan posible es ver lo futuro como se ve lo pasado, que ya no existe. Según las enseñanzas cabalísticas, lo futuro está en embrión en la luz astral, como también lo presente estaba en embrión antes de serlo. El hombre es libre de obrar a su albedrío, pero desde el origen de los tiempos está previsto el uso que hará de este albedrío, sin que tal previsión suponga fatalismo ni hado, sino que resulta de la inmutable armonía del universo, así como de antemano se conocen las vibraciones peculiares de cada nota que se haya de pulsar. Además, la eternidad del tiempo no tiene pasado ni futuro, sino tan sólo presente, de la propia manera que la inmensidad del espacio no tiene en rigor puntos cercanos ni lejanos. En el mezquino campo de nuestras experiencias, nos esforzamos en concebir, si no el fin, por lo menos el principio del tiempo y del espacio, que en realidad no tienen principio ni fin, pues de tenerlo, ni el tiempo sería eterno ni ilimitado el espacio. Como hemos dicho, no hay pasado ni futuro; pero nuestra memoria refleja las imágenes grabadas en la luz astral, como el psicómetra las emanaciones astrales de los objetos palpados. Al tratar de la influencia de la luz en los cuerpos y de la formación de imágenes fotográficas, dice el profesor Hitchcock: “Parece como si esta influencia interpenetrara la naturaleza toda sin detenerse en puntos definidos. No sabemos si la luz puede retratar en los objetos circundantes nuestras facciones demudadas por la emoción y dejar de esta suerte fotografiadas en la naturaleza nuestras acciones... posible es también que haya procedimientos superiores a los del más hábil fotógrafo, por cuyo medio revele y fije la naturaleza estas fotografías de modo que, con sentidos más agudos que los nuestros, se vean como en un inmenso lienzo extentido sobre el universo material. Quizás no se borren nunca estas fotografías del lienzo, sino que perduren en el vasto museo pictórico de la eternidad (25). La duda manifestada en el quizás de Hitchcock se ha trocado en triunfadora certeza por valimiento de la psicometría. Sin embargo, cuantos hayan observado la cualidad psíquica de clarividencia advertirán que Hitchcock no debiera haber supuesto la necesidad de más agudos sentidos para ver las imágenes, sino decir que habían de superar en penetración a los corporales, porque para el esíritu humano, dimanante del inmortal y divino Espíritu, no hay pasado ni futuro, sino que todo lo tiene presente (26). De algún tiempo a esta parte han comenzado los científicos a estudiar este asunto hasta hoy difamado con nota de superstición. Discurrieron primero acerca de los hipotéticos mundos invisibles y a todos se adelantaron los autores de la obra El Universo invisible, a quienes siguió el profesor Fiske con la suya El mundo invisible. Esto prueba que el terreno del materialismo se hunde bajo los pies de los científicos, quienes se disponen a capitular honrosamente en caso de derrota. Jevons corrobora las opiniones de Babbage y ambos afirman que los pensamientos ponen en vibración las partículas del cerebro y las difunden por el univeso, de suerte que “cada partícula material es una placa registradora de cuanto ha sucedido” (27). Por otra parte el doctor Young, en sus conferencias sobre filosofía natural, apunta “la posibilidad de que haya mundos invisibles y desconocidos en aislada independencia unos, en recíproca interpretación otros, y algunos cuya existencia no requiera por modalidad el espacio”. Si los científicos discurren de esta suerte, partiendo del principio de continuidad según el cual la energía se transmite al universo invisible, no se les ha de negar el mismo discurso a los ocultistas y espiritualistas. La ciencia admite hoy que las imágenes especulares quedan impresas indefinidamente sobre una superficie pulimentada, y a este propósito dice Draper: “La sombra proyectada sobre una pared deja allí una huella que puede revelarse mediante manipulaciones convenientes... Los retratos de nuestros amigos o las imágenes de la campiña quedan ocultos bajo la superficie sensible de nuestros ojos, hasta que las revelamos por adecuados medios. Una imagen espectral está encubierta bajo una superficie de plata bruñida o de cristal pulido, hasta que la nigromancia la revela al mundo visible. En las paredes de nuestros más retirados aposentos, al abrigo de indiscretas miradas, en la soledad de nuestro apartamiento inaccesible a los extraños, están las huellas de nuestros actos y las siluetas de cuanto hicimos” (28).

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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