Mientras estaba yo en aquel estado (nada extraordinario, nada anormal ni sobrenatural), mientras estaba en
aquel supremo éxtasis noté que no había barreras entre el Reino de la Felicidad y yo; había yo descorrido todos los velos que ocultan el Santo de los Santos; había entrado yo en el jardín y levantado los velos que ocultan, desfiguran y cubren aquella imagen, aquella perfección. Y si queréis seguir, comprendiendo que el seguimiento no significa ceguedad, caminemos todos juntos y seamos todos campaneros. Yo os mostraré aquella hermosa Visión de aquel encantado jardín, aquel Reino de la Felicidad, aquella morada de lo Eterno, aquel templo donde está el Santo de los Santos. Pero debéis tener ojos para ver, debéis tener la mente bien cultivada, refinada y capaz de mucho juicio; el corazón ha de estar lleno de aquel vasto amor, de aquel impersonal amor que no conoce barreras ni distinciones ni prejuicios; y debéis tener fuerzas para trabajar, para subir o bajar; para escalar las tremendas alturas o caminar por los ardorosos valles; y debéis tener el alma preparada para la tentación, debéis tener muchos terrores; no habéis de tener contento; y sobre todo debéis tener aquella grandeza resultante de dilatada experiencia para apreciar la belleza de la vida en aquel jardín. Y si me seguís a este jardín, si en este jardín buscáis la Verdad, hallaréis el dulcísimo, purísimo y nobilísimo néctar de los Dioses. Esta es la única Verdad, el único altar en que debéis adorar; y en esto se resume toda la cuestión.
Jiddu Krishnamurti . El Reino de la Felicidad .