Ahora bien: la metalurgia, como la agricultura —que implicaba igualmente la fecundidad de la Madre

Tierra—, acabó por crear en el hombre un sentimiento de confianza e incluso de orgullo: el hombre se siente capaz de colaborar en la obra de la Naturaleza, capaz de ayudar en los procesos de crecimiento que se verificaban en el seno de la tierra. El hombre modifica y precipita el ritmo de estas lentas maduraciones; en cierto modo sustituye al tiempo. Lo que incita a un autor del siglo xviii a escribir: «Lo que la Naturaleza ha hecho en el comienzo podemos hacerlo nosotros igualmente, remontándonos al procedimiento que ella ha seguido. Lo que ella acaso siga haciendo con ayuda de siglos en sus soledades subterráneas, nosotros podemos hacer que lo concluya en un solo instante, ayudándola y poniéndola en mejores circunstancias. Del mismo modo que hacemos el pan, podemos hacer los metales. Sin nosotros la espiga no maduraría en los campos; el trigo no se convertiría en harina sin nuestros molinos, ni la harina en pan sin el amasamiento y la cocción. Concertémonos, pues, con la Naturaleza para la obra mineral, lo mismo que para la obra agrícola, y sus tesoros se abrirán para nosotros.».

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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