El periódico londinense El Espiritista, en su réplica a la crítica de Gully sobre la
hipótesis de Tyndall, llamada de la neblina ígnea, dice que, gracias a la ciencia, no mueren hoy todos los espiritistas en las hogueras inquisitoriales. Admitamos esta gracia, aun teniendo en cuenta que ya pasaron de moda los autos de fe, y preguntemos si en el caso de que Faraday, Tryndall, Huxley, Agassiz y otros dispusieran del poder de la Inquisición, se encontrarían los espiritistas tan seguros como están hoy día; pues mueve a preguntarlo la actitud de dichos científicos respecto del espiritismo, ya que a falta de hogueras donde abrasar a quienes creen en el mundo de los espíritus, les llaman locos, maniáticos, alucinados, fetichistas y demás vituperios por el estilo. A la verdad, no acertamos a descubrir las razones que habrá tenido el director de El Espiritista, de Londres, para mostrarse tan agradecido a la benevolencia de los científicos, pues el reciente proceso Lankester-Donkin-Slade, seguido en Londres, debiera haber abierto los ojos a los espiritistas demasiado confiados, para darles a entender que el materialismo pertinaz es mucho más refractario a la razón que el fanatismo religioso. Uno de los mejores escritos de Tyndall es el folleto titulado: Martineau y el Materialismo, aunque tal vez con el tiempo enmiende el autor algunos excesos de lenguaje. Pero dejando por de pronto esto aparte, fijémonos en lo que dice sobre la ciencia. En boca de Martineau pone la pregunta siguiente: “Cuando un hombre piensa, siente y quiere, ¿cómo actúa la conciencia?” Y responde: “No es posible concebir el transporte del funcionamiento cerebral a los correspondientes hechos de conciencia. Suponiendo que un pensamiento definido coincida simultáneamente con una acción molecular en el cerebro, no poseemos, ni rudimentariamente siquiera, el órgano intelectual que nos permita descubrir por el raciocinio el enlace entre el pensamiento y la acción cerebral que coinciden sin que sepamos por qué. Aun cuando nuestra mente y nuestros sentidos fuesen capaces de percibir las moléculas cerebrales, de atisbar todos sus movimientos, agrupaciones y descargas eléctricas, si acaso las hay; aunque conociéramos perfectamente su correspondencia con los pensamientos y emociones, no podríamos resolver el problema de cómo el proceso fisiológico se enlaza con los hechos de conciencia. La hondonada entre ambos fenómenos quedaría tan intelectualmente infranqueable como antes” (22).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .