Un raro libro del siglo XVII nos da curioso ejemplo de la magnética atracción universal
en las notas de viaje y relato oficial enviado al rey de Francia por su embajador el señor de Loubère, acerca de lo que había visto en el reino de Siam. Dice así: “En Siam hay dos peces de agua dulce, llamados pal y cadi que cuando se les pone a cocer en la olla siguen el movimiento de la marea subiendo y bajando en relación con el flujo y reflujos (11)”. Loubère hizo varios experimentos con estos peces, en compañía del ingeniero Vincent, cuyo testimonio da visos de certeza a este fenómeno que algunos tachan de patraña. Precisamente en los países incultos debemos interrogar con mayor solicitud a la naturaleza y observar los efectos de la sutilísima energía a que los antiguos llamaron alma del mundo. Tan sólo en las comarcas de Oriente, en las vastas e inexploradas regiones asiáticas, encontrará el estudiante de psicología alimento bastante para satisfacer su hambre de verdad; porque la atmósfera de las ciudades populosas está viciadísima por el humo de las fábricas, locomotoras y vapores, aparte de las miasmáticas exhalaciones de vivos y muertos. La naturaleza, lo mismo que el hombre, está influida en su actuación por el medio ambiente, y el poderoso aliento de la correlación de fuerzas puede ser aminorado, impedido y contrarrestado en determinadas ocasiones como si fuese un ser humano. No tan sólo el clima, sino las ocultas influencias que cotidianamente recibe, modifican la naturaleza psicolfísica del hombre, de la propia suerte que la constitución de la materia llamada inorgánica, hasta extremos no sospechados por la ciencia. Así resulta que el Diario Médico-Quirúrgico de Londres aconseja a los cirujanos que no llevan lancetas a Calcuta, pues se sabe por personales experiencias que el acero inglés no resiste el clima de la India. Análogamente, un manojo de llaves de fabricaión inglesa o norteamericana se enmohecen a las veinticuatro horas de estar en Egipto, al paso que los objetos de acero del país no se oxidan. También se ha visto que un samano de Siberia, que había ejercido notablemente sus facultades psíquicas entre sus compatriotas, las fue perdiendo hasta quedar sin ellas en el nebuloso y humeante Londres. Si el organismo humano no es menos sensible que un pedazo de acero a las influencias climatológicas, ¿a qué dudar del testimonio de los viajeros que vieron al samano realizar cotidianamente asombrosos fenómenos en su país natal, y a qué negar la posibilidad de estos fenómenos tan sólo porque no pudo realizarlos en París y Londres? Wendell demuestra en su conferencia sobre las Artes perdidas, que el cambio de clima influye en la naturaleza psíquica del hombre, y que los orientales superan en agudeza de sentidos a los europeos. Dice Wendell que los tintoreros de Lyon, tan excelentes en su arte, sospechan que hay un delicado matiz azul, invisible para los europeos, al paso que en Cachemira elaboran las muchachas chales de 150.000 pesetas con trescientos matices distintos, que los europeos no sólo son incapaces de obtener, sino ni siquiera de distinguir. Si tan enorme es la diferencia entre la agudeza sensoria de ambas razas, bien pudiera ocurrir lo mismo en cuanto a facultades psíquicas. Además, las muchachas de Cachemira ven objetivamente matices que los europeos no pueden ver y, sin embargo, existen; por lo tanto, posible es también que las personas dotadas de la misteriosa facultad de la doble vista vean lo que ven, tan objetivamente como la muchacha de Cachemira, y en vez de ser sus visiones imaginativas quimeras, sean, por el contrario, reflejos de personas y cosas reales impresas en el éter astral, según enseñaron los antiguos filósofos y los Oráculos Caldeos, y lo sospecharon algunos investigadores modernos como Babbage, Jevons y los autores de El Universo Invisible. A este propósito, dice Paracelso: “Tres espíritus actúan en el hombre y tres mundos lanzan sobre él sus luminosos rayos; pero los tres son imagen y eco de un solo principio productor. El primer espíritu es el de los elementos (12); el segundo es el de las estrellas (13); el tercero es el espíritu divino (14)”. Como nuestro cuerpo físico contiene “substancia terrestre primaria”, según la denomina Paracelso, podemos convenir con los investigadores científicos, en que las vidas de los organismos vegetal y animal se contraen a un mero proceso físicoquímico. Esta opinión corrobora la de los antiguos filósofos y de la Biblia mosaica, según la cual, el cuerpo del hombre es de polvo y en polvo se ha de convertir, aunque el memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris, nada tiene que ver con el alma.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .