No podemos sentir esta verdad deliciosa y activa sin reconocer la certeza de estas palabras:
«no podéis hacer nada sin mí... el que no viva en mí será expulsado fuera, como un sarmiento inútil. Se secará y lo cogerán para echarlo al fuego, donde se quemará». ¿Queréis evitar este espantoso peligro? Evitad que todo vuestro ser pase sus días en la esterilidad y en la sequedad. ¿Queréis, repito, evitar este peligro? Poned delante de vosotros el nombre del Señor. Que ese altar esté siempre levantado y preparado para recibir vuestras ofrendas. No toméis una decisión, no permitáis un movimiento de vuestro ser, sin venir antes a presentarlo al templo, como ordenaba la ley de los hebreos para las primicias de todos los productos de la tierra; tened siempre el incensario en la mano para honrar a aquél de quien tenéis este hijo del hombre, este primo- génito vuestro que se convierte en vuestro guía en los penosos viajes y que debe enseñaros a celebrar ese nombre del Señor en vuestros éxitos, en vues- tras necesidades, en vuestros consuelos, en vuestros apuros, ya que, sin él, todas las ramas de vuestro árbol espiritual se quedarían secas y estarían conde- nadas al fuego y, sin él, estaríais sin actividad, sin penitencia, sin valor, sin humildad, sin amor, sin confianza, ya que, finalmente, sin él todo lo que hay en vosotros estaría sin palabra.
Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .