Es demasiado tarde para negar la evidencia que se manifiesta con luz meridiana. Los periódicos,

así religiosos como seglares, protestan ya unánimemente contra el dogmatismo y los estrechos prejuicios de la erudición apócrifa. El Christian World une su voz a la de sus escépticos colegs y dice: “Aun cuando pudiera demostrarse que todos los médiums son impostores, todavía censuraríamos la propensión de algunas autoridades científicas a mofarse y estorbar las investigaciones de índole semejante a las expuestas por Barrett ante la Asociación Británica. Si los espiritistas han caído en muchos absurdos, no por ello deben diputarse por indignos de examen sus fenómenos. Sean hipnóticos, clarividentes o como quiera, que digan los científicos qué son en vez de tratarnos como a muchachos preguntones a quienes se les da la cómoda pero poco satisfactoria respuesta: “los niños no preguntan nada” (50). Parece que en nuestra época no le cuadra a ningún científico aquel verso de Milton: “Oh! Tú que por atestiguar la verdad sufriste universal vituperio!” La decadencia presente trae a la memoria las palabras de aquel físico que después de escuchar la historia del tambor de Tedworth y de Ana Walker, exclamó: “Si eso es cierto, estuve hasta ahora engañado y he de abrirme cuenta nueva (51) Pero en nuestro siglo, a pesar de la valía reconocida por Huxley al testimonio humano, hasta el mismo Enrique More se ha convertido en entusiasta visionario, cualidades que fuera desvarío ver reunidas en una persona (52). No han faltado hechos, pues los hay en abundancia, para que la psicología pudiera dar a comprender sus misteriosas leyes y aplicarlas a los casos ordinarios y extraordinarios de la vida. Hubiera sido necesario que idóneos observadores científicos los ordenaran analíticamente. Desgracia fue para las gentes y baldón para la ciencia que el error prevaleciese y la superstición anduviera desenfrenada entre los pueblos cristianos durante tantos siglos. Las generaciones se suceden unas a otras con su tributo de mártires de la conciencia y del denuedo moral, de modo que ya se comprende la psicología algo mejor que cuando el férreo guante del vaticano sentenciaba inicuamente a los desgraciados héroes cuya memoria infamaba con el estigma de nigrománticos y herejes.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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