En su tratado de Magia Natural, enumera Bautista Porta un catálogo de fórmulas secretas para
obtener extraordinarios efectos de las fuerzas ocultas de la naturaleza, pues aunque los magos creían tan firmemente como los espiritistas de hoy en los espíritus invisibles, no fiaban las operaciones mágicas a su entera dirección y auxilio, pues de sobre sabían cuán difícil es ahuyentar a los elementales una vez que se les hayan abierto las puertas de par en par. Aun la misma magia de los antiguos caldeos consistía tan sólo en el profundo onocimiento de las propiedades químicas de las substancias minerales, y únicamente se comunicaban, mediante ceremonias religiosas, con las puras entidades espirituales, cuando el teurgo requería el divino auxilio en asuntos de moral o material interés. Pero tan sólo subjetivamente y por efecto de su pureza de vida y continuadas oraciones podían evocar los espíritus invisibles que despiertan los extáticos sentidos de clarividencia y clariaudiencia. Producían los fenómenos psíquicos mediante la aplicación de las fuerzas naturales y en modo alguno por las artes de prestidigitación de que se valen hoy día los hechiceros. Quienes conocen las secretas fuerzas naturales y emplean con paciente parsimonia las facultades dimanantes de tal conocimiento, laboran por algo superior a la deleznable gloria de una fama efímera, pues sin apetecerla logran la inmortalidad reservada a cuantos olvidándose de sí mismos se entregan por entero al bien del género humano. Iluminados por la luz de la verdad eterna, aquellos rico-pobres alquimistas iban más allá de la común penetración, y sólo diputaban por inescrutable la Causa primera. Su norma constante estaba trazada de consuno por la intrepidez, el deseo de saber, la firme voluntad y el absoluto sigilo. Sus espontáneos impulsos eran la beneficencia, el altruismo y la moderación. La sabiduría era para ellos de mayor estima que el logro mercantil, el lujo, riqueza, pompa y poderío mundano, al paso que no les asustaban ni hambres ni pobrezas ni fatigas ni desprecios humanos, con tal de llevar a cabo su tarea. Pudieron haber reposado en blandos lechos de aterciopeladas colchas, y prefirieron morir en los hospitales y en las márgenes de los caminos, antes que envilecer sus almas cediendo a la nefanda concupiscencia de quienes intentaban hacerles quebrantar sus sagrados votos. Ejemplo de ello nos dan las vidas de Paracelso, Cornelio Agripa y Filaleteo.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .