Xenócrates expuso muchas teorías y enseñanzas no tratadas por su maestro. Tiene en gran estima

la doctrina pitagórica y su matemático sistema de números. Sólo admite tres grados de conocimiento: pensamiento, percepción e intuición, y dice que el pensamiento se emplea en lo que hay más allá de los cielos; la percepción, en las cosas del cielo; y la intuición, en los cielos mismos. Vemos estas teorías, y casi el mismo lenguaje, en el Manava-Dharma-Shastra, cuando habla de la creación del hombre: “Él (el Supremo) exhaló su propia esencia, el soplo inmortal, que no perece en el ser, y a esta alma del ser, le dio el Ahankâra (conciencia del Ego) o guía soberano. Después dio a aquella alma del ser (hombre), la inteligencia compuesta de tres cualidades y cinco sentidos de percepción externa”. Estas tres cualidades son: entendimiento, conciencia y voluntad, análogas al pensamiento, percepción e intuición de Xenócrates. Expuso más completamente que Espeusipo la relación entre números e ideas, y aventajó a Platón en su doctrina de las magnitudes indivisibles. Redujo a sus primitivos elementos ideales las formas y figuras para demostrar que proceden de la indivisible línea. Es evidente que Xenócrates sostiene las mismas teorías de Platón en lo concerniente al alma humana (suponiéndola número), aunque Aristóteles contradiga todas las enseñanzas de este filósofo (12). Esto nos demuestra que Platón expuso oralmente la mayor parte de sus doctrinas y que Xenócrates, y no Platón, fue el autor de la teoría de las magnitudes indivisibles. Deriva el alma de la primera Duada y la llama número semoviente (13). Teofrasto dice que Xenócrates aventajó a los demás platónicos en la exposición de la teoría del alma, sobre la que se basa su doctrina cosmológica, demostrando la necesidad de que en cada punto del espacio universal exista una serie progresiva de seres espirituales animados e inteligentes (14). El alma humana es, según él, un conjunto de las más espirituales propiedades de la Mónada y de la Duada con los principios más elevados de ambas. Como Platón y Pródico, considera potestades divinas a los elementos y los llama dioses, pero ni él ni otros suponen con ello idea alguna antropomórfica. Observa Krische que Xenócrates llama dioses a los elementos para no confundirlos con los demonios del mundo inferior (15) o espíritus elementarios. Como el alma del Mundo penetra todo el Cosmos, los animales han de tener algo divino (16). Lo mismo enseñan los budistas y los herméticos, y Manu concede también alma a las plantas, aun a la más tenue hoja de césped. De acuerdo con esta teoría, los demonios son seres intermedios entre la perfección divina y la maldad humana (17). Los clasifica en diversas categorías y afirma que el alma individual de cada hombre es su demonio protector y guía y que ningún demonio tiene más poder sobre nosotros que nosotros mismos. Así, el daimonion de Sócrates es la entidad divina que le inspiró durante toda su vida. Del hombre únicamente depende el abrir o cerrar su percepción a la voz divina. A semejanza de Espeusipo, concede inmortalidad al ..., cuerpo psíquico o alma irracional; pero algunos filósofos herméticos han enseñado que el alma únicamente tiene existencia separada y continua cuando, a su paso al través de las esferas se le incorporan algunas partículas terrenas y materiales que, luego de purificada en absoluto, se aniquilan y la quintaesencia del alma se identifica con el espíritu divino y racional. Asegura Zeller que Xenócrates proscribía la carne de animales, no porque en ellos viese, en semejanza con el hombre, una vaga e imperfecta conciencia divina, sino, al contrario, porque "la irracionalidad del alma animal podía influir en el hombre" (18). Pero nosotros creemos que más bien era porque, como Pitágoras, había tenido a los sabios indos por maestros y modelos. Cicerón dice que Xenócrates lo desdeñaba todo, excepto la virtud más elevada (19), y nos lo pinta como hombre de austero carácter (20). “Nuestro más arduo negocio es redimirnos de la esclavitud de la vida senciente y vencer los titánicos elementos de nuestra naturaleza carnal por medio de la divina”. Zeller cita este pasaje (21): “El deber capital es mantenernos puros aun en los más íntimos anhelos de nuestro corazón, y únicamente la filosofía y la iniciación en los Misterios nos lo permitirán cumplir”.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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