Si volvemos la vista a la Edad Media encontraremos las mismas ideas en las obras

de varios autores, entre ellos Cornelio Agripa que dice: “El alma del mundo es la fuerza universal siempre cambiante que puede fecundar un objeto cualquiera y comunicarle sus propiedades celestes, de modo que mediante las debidas preparaciones de la ciencia pueda transmitirnos su virtud. Basta llevar estos objetos encima para sentir inmediatamente su acción tanto en el espíritu como en el cuerpo. El alma humana, esencialmente idéntica a toda la creación, tiene maravilloso poder. Quien este secreto conoce es capaz de alcanzar sabiduría superior a cuanto le quepa presumir, con la necesaria condición de permanecer unido a esta fuerza universal... La verdad y el porvenir pueden presentarse continuamente a la vista del alma, según demuestran las profecías y vaticinios rigurosamente cumplidos... El tiempo y el espacio se desvanecen ante la mirada de águila del alma inmortal...; su poder no tiene límites..., pues le cabe lanzarse a través del espacio y envolver con su presencia a un hombre cualquiera que sea la distancia a que se halle e infundirse en él y hablarle como si personalmente estuviese a su lado” (62). Pero aún podemos remontarnos a tiempos más antiguos y escoger entre los filósofos precristianos a Cicerón, como menos sospechoso de superstición y credulidad. Dice el famoso orador: “Sabemos que de todos los seres vivientes, el hombre es el mejor formado y, como los dioses (63) también son seres vivientes, deben tener forma humana, aunque no quiero decir con esto que estén provistos de carne y sangre, sino que parece como si tuvieran cuerpo de carne y sangre...” Epicuro, paraquien las cosas ocultas eran tan palpables cual si las tocara con las manos, nos enseña que “los dioses no son ordinariamente visibles pero sí inteligibles, pues aunque carecen de cuerpo denso, podemos reconocerlos por sus pasajeras imágenes, ya que en el espacio infinito hay átomos suficientes para formar las ima´genes que al aparecerse nos dan idea de lo que son esos seres felices e inmortales” (64). A su vez dice Eliphas Levi: “Un iniciado que posea completa lucidez puede dirigir y comunicar a voluntad las vibraciones magnéticas en la masa de la luz astral... En el momento de la concepción se transforma en luz humana, de que se reviste el alma como de primer envoltorio y, combinada con los más sutiles fluidos, forma el cuerpo etéreo o fantasma sideral, que ya no se desprende por completo del cuerpo de carne hasta el momento de la muerte”. El gran secreto del adepto mágico consiste en proyectar este cuerpo etéreo a cualquier distancia y condensar en él oleadas del mismo fluido que lo constituye, a fin de hacerlo visible y tangible.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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