Hace años, el filósofo alemán Schopenhauer afirmó la coexistencia de la materia y de la
fuerza, diciendo que el universo es la voluntad manifestada en fuerzas cuyas modalidades corresponden a los diferentes grados de objetividad. Esta doctrina aceptó Vallace al convertirse al espiritualismo, y fue precisamente la expuesta por Platón al decir que “todas las cosas visibles proceden de la invisible y eterna voluntad que las modela, y que los cielos están plasmados en el eterno modelo del “mundo ideal” contenido en el dodecaedro o arquetipo geométrico de la Divinidad” (20). Según Platón, la substancia primaria emanó de la mente demiúrgica (nous) donde desde la eternidad reside la idea del mundo que ha de ser y que es en cuanto la idea emana de la divina mente (21). Las leyes de la naturaleza no son ni más ni menos que las relaciones entre la idea demiúrgica y sus diversas formas de manifestación (22) cuyo número cambia de continuo dentro del tiempo y del espacio. Sin embargo, distan mucho de ser estas enseñanzas originales de Platón, pues en los Oráculos caldeos se lee: “Las obras de la naturaleza coexisten con la intelectual (...) y espiritual luz del Padre. Porque el alma (...) adorna el inmenso cielo y lo embellece según voluntad del Padre” (23). Por su parte dice Filón, a quien erróneamente se le supone discípulo de Platón: “El mundo incorpóreo estaba ya entonces fundamentado en la mente divina” (24).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .