Dos distintas afirmaciones sienta Proctor en el párrafo citado: 1.ª Que los antiguos ignoraban el

verdadero lugar de la tierra en el espacio. 2.ª Que creían en la influencia favorable o adversa de los astros en el destino de los individuos y de los pueblos (1). Sin embargo, hay poderosos motivos para suponer que los sabios de la antigüedad conocían la posición, movimientos y relaciones de los astros, según se infiere del testimonio de Plutarco, ampliado con los de Draper y Jowett. Además, si tan ignorantes eran los antiguos astrónomos, ¿cómo es que en los fragmentos de sus obras se descubren bajo el enigmático lenguaje muchos conceptos corroborados por recientes descubrimientos? En su citada obra expone Proctor la teoría de la formación de la tierra y describe las sucesivas fases porque pasó antes de ofrecer morada al hombre, pintando con vivos colores el gradual agrupamiento de la materia cósmica en esferas gaseosas, rodeadas de una inconsistente capa líquida, que fueron condensándose hasta la solidificación de la corteza externa, seguida del lento, enfriamiento de la masa, con los resultados químicos de la acción del intenso calor sobre la primitiva materia del globo, que determinaron la formación y distribución de las partes firmes, los cambios en la constitución de la atmósfera, la aparición de vegetales, animales y por último del hombre. Pero veamos ahora el hermético Libro de los Números (2) escrito, según tradición caldea, por Hermes Trismegisto. Dice así: “En el principio del tiempo el gran Invisible tenía sus santas manos llenas de materia celeste que esparció por el infinito y, ¡oh pasmo!, se convirtió en esferas de fuego y en esferas de arcilla que, como el inquieto metal (3), se disgregaron en esferas menores que empezaron a voltear incesantemente. Y algunas, que eran esferas de fuego, se convirtieron en esferas de arcilla y las de arcilla en esferas de fuego, porque las de fuego esperaban a que llegase el tiempo de convertirse en de arcilla y las otras las envidiaban en espera de convertirse en de puro y divino fuego”. No creemos que nadie se atreva a pedir más claro compendio de las fases cósmicas tan elegantemente descritas por Proctor.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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