Es suficiente para nuestros propósitos hacer resaltar brevemente algunos simbolismos y operaciones alquímicas y mostrar

su solidaridad con los simbolismos y técnicas arcaicas vinculadas a los procesos de la Materia. Es en las concepciones que conciernen a la Madre Tierra, los minerales y los metales y, sobre todo, en la experiencia del hombre arcaico ocupado en los trabajos de la mina, de la fusión y de la forja donde hay que buscar, a juicio nuestro, una de las principales fuentes de la alquimia. La «conquista de la materia» comenzó muy pronto, tal vez en el mismo período paleolítico; es decir, tan pronto como el hombre consigue no sólo fabricar, sino dominar el fuego y utilizarle para modificar los estados de la materia. En todo caso, ciertas técnicas —en primer término la agricultura y la cerámica— se desarrollaron ampliamente en el neolítico. Ahora bien: estas técnicas eran al mismo tiempo misterios, pues implicaban por una parte la sacralidad del Cosmos y por otra se transmitían por iniciación (los «secretos del oficio»). El laboreo de las tierras o la cocción de la arcilla, como un poco más adelante los trabajos mineros y metalúrgicos, situaban al hombre arcaico en un Universo saturado de sacralidad. Sería vano pretender reconstituir sus experiencias: hace ya demasiado tiempo que el Cosmos ha perdido esa sacralidad, como consecuencia sobre todo del triunfo de las ciencias experimentales. Los modernos somos incapaces de comprender lo sagrado en sus relaciones con la Materia; todo lo más podemos tener una experiencia «estética», y lo más frecuente es conocer la Materia en tanto que «fenómeno natural». No hay más que imaginar una comunión no limitada a las especies de pan y vino, sino ampliada al contacto con toda clase de «sustancias», para medir la distancia que separa tal experiencia religiosa arcaica de la experiencia moderna de los «fenómenos naturales».

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

Índice