Señala después Proclo las misteriosas propiedades de algunos minerales, plantas y animales, conocidas pero no

explicadas por los naturalistas modernos. Tales son los movimientos rotatorios del girasol, heliotropo y loto (72) y las particularidades observadas en las piedras solares y lunares, en el helioselenio y en el gallo, león y otros animales. Sobre el particular dice así: “Al observar los antiguos esta mutua simpatía entre las cosas celestes y las terrestres, aplicaron estas últimas a ocultos propósitos de naturaleza, tanto celestial como terrena, y en virtud de dicha simpatía, atrajeron cualidades divinas a esta miserable morada... Todas las cosas están llenas de divinas propiedades y las terrenas reciben su plenitud de las celestiales y éstas de las supercelestiales, pues la ordenación natural arranca de lo supremo para descender gradualmente hasta lo ínfimo (73). Porque cualesquiera que sean las cosas resumidas en otra de superior categoría se explayan al descener y quedan distribuidas varias almas bajo la acción de sus gobernadoras divinidades” (74). Proclo no aboga aquí por la superstición, sino por la ciencia, pues la magia no deja de ser ciencia que, aunque oculta y desconocida de los científicos contemporáneos, se funda ´solidamente en las misteriosas afinidades entre los seres orgánicos de los cautro reinos de la naturaleza, y en las invisibles potencias del universo. Los herméticos antiguos y medioevales llamaban magnetismo, atracción y afinidad a la fuerza que hoy la ciencia llama gravitación. Esta ley universal está enunciada por Platón en el Timeo, diciendo que los cuerpos mayores atraen a los menores y cada cual a su semejante (75). Los fundamentos de la magia fueron y son las cosas visibles e invisibles de la naturaleza y de sus mutuas atracciones, repulsiones y enlaces, cuya causa es el principio espiritual que todo lo penetra y anima, de suerte que dicho conocimiento permite establecer las condiciones necesarias y suficientes para la manifestación de ese principio. Todo esto encierra el profundo y completo conocimiento de las leyes naturales. Refiriéndose Wallace a uno de los casos de apariciones que relata Owen, exclama: “¿Cómo es posible negar o repudiar prueba tan evidente? Centenares de casos análogos están igualmente comprobados sin que nadie se tome el trabajo de explicarlos”. A lo cual replica Ricardo A. Proctor, diciendo que “como los filósofos aseguraron hace muchísimo tiempo que todas esas historias de aparecidos son puras ilusiones y no se ha de hacer caso de ellas, les sabe a rejalgar que se aduzcan ahora nuevas pruebas de apariciones que han determinado la conversión de algunos hasta el extemo de, como si hubieran perdido el juicio, pedir nueva información so pretexto de error en el primer veredicto. Todo esto evitará acaso el ridículo de los conversos; mas para que los filósofos se avengan a la demandada investigación, es preciso representarles que el bienestar de la especie humana depende en gran parte de las condiciones materiales, mientras que los mismos conversos reconocen la frivolidad con que se conducen los aparecidos” (76). La señora Hardinge Britten ha entresacado de la prensa diaria y científica gran número de notas comprobatorias de la clase de asuntos con que los intelectuales reemplazan el, para ellos, tan desagradable de duendes y apariciones. Copia la señora Britten de un diario de Washington el acta de la solemne sesión de la Sociedad Científica Americana (77) celebrada el 29 de Abril de 1854, en la que el insigne químico Hare, profesor de la universidad de Filadelfia, tan venerado por su profunda ciencia como por su irreprensible conducta, no pudo hablar de los fenómenos espiritistas por oponerse a ello el profesor Henry con aquiescencia de la mayoría de socios (78).

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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