¿Por qué los seres humanos mueren tan desdichadamente, tan lamentablemente, con enfermedad, vejez, senilidad, con

el cuerpo encogido, feo? ¿Por qué no pueden morir tan natural y bellamente como esta hoja? ¿Qué hay de malo en nosotros? A pesar de todos los doctores, de las medicinas y los hospitales, de las operaciones y de toda la agonía de la vida, y también de los placeres, no parecemos capaces de morir con dignidad, con sencillez y con una sonrisa. Una vez, mientras paseaba por un sendero, uno escuchó detrás un canto, un canto melodioso, rítmico, que tenía la antigua fuerza del sánscrito. Uno se detuvo y miró en torno. Un hijo mayor, desnudo hasta la cintura, llevaba un pote de terracota en el que ardía una llama. Lo había colocado dentro de una vasija; y detrás de él iban dos hombres transportando a su padre muerto cubierto con un lienzo blanco; y todos cantaban. Uno conocía ese canto y casi se unió a ellos para acompañarlos. Pasaron y uno los siguió. Descendieron por el camino cantando, y el hijo mayor lloraba. Transportaron al padre hasta la playa donde ya habían juntado una gran pila de leña, dejaron el cuerpo en la cima de ese montón de madera y le prendieron fuego. Todo era tan natural, tan extraordinariamente sencillo: no había flores ni carroza fúnebre ni negros carruajes con caballos negros. Todo era muy sereno y absolutamente digno.

Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .

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