Nos complacemos en observar que mientras el positivismo se erige alborozadamente en religión, el espiritismo
no ha pretendido jamás ser otra cosa que una ciencia, una filosofía incipiente o, más bien, el estudio indagativo de las fuerzas naturales. Los verdaderos científicos reconocen la realidad de los fenómenos psíquicos, que sólo se atreven a negar los monos remedadores de la ciencia. Los positivistas se burlan del fenomenalismo psíquico y en cambio no saben abrir la boca sin que, como el retórico Butler, no se les escape un tropo. Quisiéramos contraer las censuras al círculo de necios y pedantes que usurpan el título de científicos; pero es innegable que cuando las eminencias tratan algún nuevo punto, pasan sus decisiones sin réplica, aun cuando la merezcan. La cautela propia de los hábitos de investigación experimental, los prejuicios establecidos y el peso de la autoridad científica contribuyen paralelamente a petrificar el pensamiento en dogmas intangibles, y con demasiada frecuencia la ciencia progresa a costa del martirio o del ostracismo del innovador. Los experimentadores de laboratorio deben, por decirlo así, tomar a la bayoneta el reducto de la preocupación y la rutina, pues no será fácil que una mano amiga deje entornada la poterna. No han de hacer caso de las ruidosas protestas y la impertinente crítica de los publicistas de quinta fila que se arremolinan en la antesala de la ciencia, pues deben reservar sus fuerzas para dar en rostro a la hostilidad de los conspicuos y vencerla. La ciencia progresa rápidamente, pero los científicos no se percatan del progreso, pues casi siempre arremeten contra los nuevos inventos. El triunfo es de quien valerosa y perseverantemente resiste la embestida parapetado en su intuición. Pocas son las leyes naturales cuya primera enunciación no suscitara burlas y fuera generalmente tenida por absurdamente contraria a la ciencia. Pero no obstante el orgullo de quienes nada descubren, no es posible desoír por mucho tiempo el clamoreo de los innovadores que, desgraciadamente para la pobre y egoísta humanidad, se convierten a su vez en rémoras de cuantos indagan nuevamente la acción de las leyes naturales. Así, poco a poco, va pasando la humanidad por sucesivos ciclos de conocimientos cuyos errores corrige de continuo la ciencia para rehabilitar hoy las hipótesis desechadas por erróneas ayer. Esto ha sucedido no sólo en cuestiones psicológicas, tales como el hipnotismo desde el doble punto de vista fisiológico y psíquico, sino también en descubrimientos relativos a las ciencias de observación. ¿Qué hemos de hacer? ¿Evocar un pasado desagradable? ¿Decir que los científicos medioevales negaban con el clero el sistema heliocéntrico por temor de oponerse a las enseñanzas de la Iglesia? ¿Recordaremos que algunos naturalistas del siglo XVIII negaron autenticidad zoológica a las conchas fósiles, diciendo que tan sólo eran simulaciones artificiosas, mientras otros sostenían acaloradamente lo contrario en discusiones salpicadas de insultos, hasta que Buffón sentenció el pleito con pureba plena a favor de los segundos? Seguramente que si tan discordes andan los científicos respecto al origen y naturaleza de las conchas fósiles, tan fácilmente observables, a duras penas cabe esperar que crean en las formas espectrales de las sesiones espiritistas, cuando el médium es genuinamente sincero. Los escépticos podrían entretener provechosamente los ratos de ocio en la lectura de la obra de Flourens, secretario perpetuo de la Academia francesa, titulada: Historia de las investigaciones de Buffón, en la que describe cómo el insigne naturalista desbarató la hipótesis de la simulación artificial, cuyos partidarios persistieron en negar todo cuanto no comprendían y se mofaron sarcásticamente de los experimentos eléctricos de Franklin, de las tentativas de Fulton, de los proyectos ferroviarios de Perdonnet, de las nuevas orientaciones de Harvey y de las heroicas pruebas de Palissy.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .