TEURGO. – Palabra compuesta de ... (dios) y ... (obra). Jámblico fundó la primera escuela
experimental de teurgia entre los neoplatónicos alejandrinos, en los albores del cristianismo; pero ya desde muy remotos tiempos se llamaban teurgos los sacerdotes egipcios, asirios y babilonios que invocaban a los dioses en los Misterios con propósito de dar manifestación visible a las entidades espirituales. Los teurgos conocían las ciencias ocultas enseñadas en los templos. A los discípulos de la escuela neoplatónica de Jámblico se les llamaba teurgos, porque practicaban la magia ceremonial y evocaban los espíritus de los héroes, dioses y demonios ... (49). Cuando era preciso que un espíritu se manifestase visible y tangiblemente, el teurgo había de suministrar de su propio cuerpo la materia suficiente para la materialización, por el misterioso procedimiento llamado theopoea, que conocen perfectamente los fakires modernos y los brahmanes iniciados. Esto mismo dice el Libro de las Evocaciones que se conserva en las pagodas, como demostración de que los ritos y ceremonias de la teurgia alejandrina eran idénticos a los de la antiquísima teurgia brahmánica. Del Libro de las Evocaciones copiamos el siguiente pasaje: “El grihastha (brahmán evocador) ha de purificarse de toda mancha antes de evocar a los pitris. Arregla el pebetero con sándalo, incienso y otros perfumes para trazar los círculos mágicos que su maestro le enseñara, y ahuyenta a los espíritus malignos. Hecho esto, detiene la respiración y solicita la ayuda del fuego para que disgregue su cuerpo”. Después pronuncia cierto número de veces la palabra sagrada y “su alma sale del cuerpo, el cuerpo desaparece y el alma del espíritu evocado, se infunde en el doble y lo anima”. Vuelve luego el alma del grihastha a entrar en su cuerpo cuyas partículas sutiles se han agregado nuevamente, después de formar con sus emanaciones un cuerpo áereo para la manifestación del evocado espíritu. El cuerpo del pitri queda constituido de este modo por las más puras y tenues partículas del cuerpo del evocador, y entonces puede éste, una vez cumplidas las ceremonias del sacrificio, comunicarse verbalmente con las almas de los difuntos y de los pitris y preguntarles acerca de los misterios del Ser y de las transformaciones del imperecedero. Antes de salir del santuario ha de apagar el pebetero y otra vez encenderlo para poner en libertad a los espíritus malignos que ahuyentó al trazar los círculos mágicos. La escuela neoplatónica de Jámblico discrepaba de la de Plotino y Porfirio en que si bien estos creían en la teurgia, repugnaban su práctica por peligrosa. Dice Bulwer Lytton: “Tanto la magia blanca o teurgia, como la negra o goética, estuvieron en mucho predicamento durante el primer siglo de la era cristiana” (50). Los filósofos cuya fama ha llegado hasta nuestros días sin la más tenue mancha, nunca practicaron otra magia que la blanca o teúrgica. A este propósito, dice Porfirio: “El que conoce la naturaleza de las divinas y luminosas apariciones (...) sabe cuánto importa abstenerse de comer aves (alimentación animal), sobre todo para quienes anhelan libertarse de las cosas terrenas y reunirse con los dioses celestiales (51). Aunque Porfirio repugnaba las prácticas teúrgicas, nos cuenta, en su Vida de Plotino, que un sacerdote egipcio materializó al demonio familiar, o como ahora se dice, ángel custodio de Plotino, en presencia de éste y a instancias de un amigo suyo que, según opina Taylor, sería tal vez el propio Porfirio. En definitiva, podemos dejar sentado que los teurgos evocan los espíritus de los héroes y los dioses y obran otros prodigios por virtud sobrenatural.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .