Todo esto demuestra el común parentesco del símbolo en las religiones induísta, egipcia y judía,

pues en todas ellas la flor de loto o lirio de agua simboliza el tránsito de lo subjetivo a lo objetivo, del pensamiento abstracto de la Divinidad desconocida a las formas concretas y visibles de la creación. Disipadas las tinieblas, surgió la luz y Brahmâ vio en el mundo ideal, hasta entonces sumido en la mente divina, los arquetipos de las coasas que habían de tomar forma visible en la manifestación del universo. Porque, como arquitecto del universo, ha de dar existencia objetiva a los tipos ideales ocultos en el seno del Eterno, del mismo modo que en la simiente del loto se ocultan las futuras hojas de la planta. A esto se refiere el versículo del génesis que dice: “Produzca la tierra árbol de fruto que dé fruto, según su especie, y cuya semilla esté en él”. En todas las religiones antiguas el “Hijo del Padre” es el Dios creador, es decir, su manifiesto y visible pensamiento. Antes de la era cristiana, desde la Trimurti inda hasta la tríada de las Escrituras hebreas, según la interpretación cabalística, todas las naciones velaron simbólicamente la trina naturaleza de su Divinidad suprema. En la religión cristiana, el misterio de la trinidad no es ni más ni menos que el artificioso injerto de una rama nueva en tronco viejo, y el mismo significado simbólico que el loto tiene el lirio de la Anunciación en las iglesias latina y griega. Por otra parte, como el loto se cría en el agua al calor del sol, los antiguos lo consideraron hijo del fuego y del agua; de aquí que simbolice también la dualidad de espíritu y materia. Brahmâ, Jehovah, Adam-Kadmon y Osiris o más bien Pymander, representan la segunda persona de la Trinidad. Por esta razón es Pymander, en la teogonía egipcia, el progenitor de todos los dioses solares. El Eterno es el espíritu ígneo que educe, plasma y desenvuelve todo cuanto al calor de Brahmâ nace en las aguas, de suerte que Brahmâ es el universo y el universo es Brahmâ. Tal es la filosofía de Spinoza aprendida de Pitágoras y también la de Giordano Bruno que, por sostenerla, murió en la hoguera. Para demostrar los extravíos de la teología cristiana, baste advertir que Giordano Bruno murió a manos del fanatismo intolerante por la explicación del mismo símbolo que expusieron los apóstoles y aceptaron los primitivos cristianos. El lirio del Bodhisat y de Gabriel, que simboliza el agua y el fuego o el concepto de la creación, se pone de manifiesto en el primitivo sacramento del bautismo.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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