Pero, además de este «odio al hierro», la mitología de los asur afirma la necesidad

de ofrecer sacrificios humanos a los hornos. Tal vez sea el sacrificio humano el que ponga de manifiesto en los citados mitos el carácter demoníaco de los trabajos metalúrgicos. La fusión de metales es tenida por obra siniestra, que requiere el sacrificio de una vida humana. Vestigios de sacrificios humanos con fines metalúrgicos pueden hallarse asimismo en África. Entre los achewa de Nyasalandia, el que quiere construir un horno se dirige a un mago (sing-anga). Este prepara «medicinas», las mete en una mazorca de maíz y enseña a un niño la manera de arrojarlas sobre una mujer encinta, lo que tendrá por efecto hacerla abortar. Luego el mago busca el feto y lo quema, junto con otras «medicinas», en un agujero excavado en la tierra. Encima de este agujero se construye el horno. Los otonga tienen la costumbre de arrojar en los hornos una parte de la placenta para garantizar la fusión del metal. Dejando momentáneamente aparte el simbolismo del aborto, estos ejemplos africanos representan una forma intermedia entre el sacrificio humano concreto o simbólico (las uñas y los cabellos) y el sacrificio de sustitución (por ejemplo, el sacrificio de los pollos entre los herreros de Tanganika, citado anteriormente). La idea de relaciones míticas entre el cuerpo humano y los minerales aflora igualmente en otras costumbres. Así es como los Mandigo de Senegambia, después de un accidente, abandonan la mina de oro durante varios años: calculan que el cuerpo, al descomponerse, determinará un nuevo y rico yacimiento aurífero (Cline, op. cit., página 12).

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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