Insistiremos sobre el carácter paradójico del principio y del fin de la opus alchymicum. Se
parte de la materia prima para llegar a la Piedra filosofal; pero una y otra «sustancias» se niegan a una identificación precisa, menos a causa del laconismo de los autores que, precisamente, de su prolijidad. Efectivamente, los sinónimos empleados para la materia prima son extremadamente numerosos: el Lexicón alchemiae, de Martin Ruland (Frankfurt, 1612), registra más de cincuenta y está muy lejos de ser exhaustivo. En cuanto a la «naturaleza» precisa de la materia prima, escapa a toda definición. Zacarías escribía que no nos engañamos al declarar espiritual a «nuestra materia», pero que tampoco mentimos si la llamamos «corporal»; si se la llama «celeste», «éste es su verdadero nombre», y si se la dice «terrestre», no se es menos exacto. Como justamente observa J. Evola refiriéndose a este texto, no se trata de un concepto filosófico, sino de un símbolo: se pretende decir que el alquimista asume a la Naturaleza sub specie interioritatis (op. cit., p. 32). De ahí el gran número de sinónimos utilizados para designar a la materia prima. Algunos alquimistas la identifican con el azufre o el mercurio, o bien el plomo; otros, con el agua, la sal el fuego, etc. Todavía hay otros que la identifican con la tierra, la sangre, el Agua de Juventud, el Cielo, la madre, la luna, el dragón, o con Venus, el caos y con la misma Piedra filosofal o con Dios.
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .