La búsqueda del oro implicaba igualmente la de una esencia espiritual. El oro tenía un

carácter imperial, se hallaba en el «centro de la tierra» y estaba en relaciones místicas con el chü (rejalgar o sulfuro); el mercurio amarillo y la vida futura (las «fuentes amarillas»). ¡Así es como se nos presenta en un texto de 122 a. de J. C. el Huai-nan-tsu, donde hallamos igualmente testimoniada la creencia en una metamorfosis precipitada de los metales (fragmento traducido por Dubs, pp. 71-73). Es posible que este texto provenga de la escuela de Tsu Yen, si no del propio Maestro (ibíd., p. 74). Como antes indicamos, la creencia en la metamorfosis natural de los metales era común en China. ¡Por tanto, el alquimista no hace más que acelerar el crecimiento natural de los metales; el alquimista chino, lo mismo que su colega occidental, contribuye a la obra de la Naturaleza precipitando el ritmo del Tiempo. Pero no debemos olvidar que la transmutación de los metales en oro presenta igualmente un aspecto «espiritual»: al ser el oro el metal «imperial», «perfecto», «libre» de impurezas, la operación alquímica procura implícitamente la «perfección» de la Naturaleza, o sea en última instancia su absolución y su libertad. La gestación de los metales en el seno de la tierra obedece a los mismos ritmos temporales que «ligan» al hombre a su condición carnal y decaída; apresurar el crecimiento de los metales mediante la obra alquímica equivale a absolverles de la ley del Tiempo.

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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