Esta dicotomía, esta esquizofrenia ha reinado sobre la humanidad durante milenios. Jesucristo dice: «Dios es

amor», pero Dios nos tiene preparado el infierno. Si Dios fuera amor, lo primero que habría que destruir sería el infierno; habría que quemar, que destruir inmediatamente el infierno. La sola idea de ese infierno muestra a un Dios celoso, pero Jesucristo nació judío y vivió y murió como judío. No era cristiano ni jamás oyó la palabra «cristiano». Y la idea de Dios que tienen los judíos no es especialmente bonita. El Talmud dice, en palabras del mismísimo Dios: «Soy un Dios celoso, muy celoso. ¡No soy amable! ¡No soy vuestro tío!». Un Dios así tiene que crear el infierno. Aun más; vivir en el cielo con semejante Dios —que no es tu tío, que no es amable pero sí celoso— sería un infierno. ¿Qué clase de paraíso habrías encontrado viviendo con él? Habría una atmósfera despótica, dictatorial, sin libertad, sin amor. Los celos y el amor no pueden convivir. De modo que incluso las llamadas buenas personas han causado sufrimiento a la humanidad. Nos duele porque nunca hemos reflexionado sobre estas cosas. Nunca hemos intentado excavar en nuestro pasado, y todas las causas del sufrimiento tienen su origen en nuestro pasado. Debes recordar que tu pasado está más dominado por Jesucristo, Mahavira, Confucio, Krisna, Rama y Buda que por Alejandro Magno, Julio César, Tamerlán, Gengis Kan, Nadirsha. Los libros de historia hablan de estas personas, pero no forman parte del inconsciente. Pueden formar parte de la historia, pero no conforman tu personalidad. Tu personalidad la conforman las llamadas buenas personas. Sin duda poseían algunas cualidades buenas, pero junto con ellas había una dualidad y esa dualidad surgió de la idea de la perfección.

Osho . El libro del ego .

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