En efecto, nos hemos dejado inmovilizar vivos y en plenitud de facultades por las cadenas

del enemigo y notamos que esas cadenas nos destrozan y nos impiden hacer el mínimo movimiento. Si tuviésemos valor para detener a este enemigo y asegurarle que, según las intenciones de la voluntad suprema bene- factora, estamos decididos a romper todas las ataduras que él utiliza para es- clavizarnos; si le dijésemos con firmeza que debe estar seguro de que su domi- nio sobre nosotros va a quedar destruido y que además nos resulta cómodo, con los auxilios Divinos que nos rodean, romper este dominio, que nos resulta fácil romper una brizna de paja, y si finalmente, una vez pronunciada esta detención, no olvidásemos nada de lo que hace falta para llevarla a cabo y para mantenernos con perseverancia en esta resolución indispensable y necesaria, no hay duda de que veríamos pronto caer a nuestros pies todos estos impedi- mentos que tan horriblemente nos atormentan y sentiríamos y sustituiríamos dentro de nosotros, a la vez, todos los arrebatos de la verdadera vida, que sedan tanto más activos y deliciosos para nosotros cuanto más desprovistos de ellos hubiésemos estado. Éste es el paso completo de la muerte y la vida que puede sentir físicamente el alma del hombre en plenitud de facultades cuando, imitando la dulce y humilde sencillez del verbo y de la palabra, llega a recupe- rar su fuerza, su calor y su luz.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

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