Los minerales «crecen», «maduran», y esta idea de la vida subterránea adquiere a veces una

valencia vegetal. Un químico como Glauber piensa que «si el metal llega a su última perfección y no es sacado de la tierra, que ya no le alimenta, es como un hombre viejo, decrépito (...). La naturaleza conserva la misma circulación de nacimiento y muerte en los metales que en los animales y vegetales». Porque, como escribe Bernard Palissy en Recepte véritable par laquelle tous les hotnmes de la France pourraient apprendre a multiplier et augmenter leurs trésors (La Rochelle, 1563): «Dios no creó todas las cosas para dejarlas ociosas (...). No están ociosos los astros y los planetas; la mar se alza de uno y otro lado (...), tampoco la tierra está ociosa jamás (...). Lo que se consume naturalmente ella lo renueva y lo reforma en el acto; si no lo rehace de una forma, lo rehace de otra (...). Así, del mismo modo que en el exterior de la tierra se trabaja para engendrar algo, paralelamente su interior y matriz trabajan también para producir.».

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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