Además, todos los enviados no le predican otra cosa más que que trabajen para que
el hombre se limpie por completo del pecado, con el fin de que, con sus suspiros y sollozos, pueda conseguir que la palabra creadora, doliente, santificante y multiplicadora venga a fundar en él su morada, por no encontrar en él nada que la moleste, que pueda hablar por él en todo lo que lo constituye y en todo lo que él tenga que manifestar, o sea, que hable en el pensamiento del hombre, que hable en la palabra del hombre, que hable en todos los sentimientos del hombre, que hable en todos sus movimientos, en todas sus virtudes, en todos sus elementos, en su sangre, en su carne, en todos los órganos de su vida, en los alimentos de los que se nutre, en todas las sustancias que emplea en sus necesidades y, finalmente, que haga del hombre una oración universal. En una palabra, es preciso que seamos devorados como una presa por todas las fuerzas del Señor, antes de que él encuentre en nosotros su alegría y su consuelo y de que, habiéndonos consumido en sí mismo por el fuego creador de su propia vida, vuelva a darnos esa existencia primitiva libre y alegre, en la que no teníamos que hacer más que plegarias de júbilo.
Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .