Hace tiempo, estando uno alojado con un amigo en lo alto de los cerros, llegó

un hombre y le contó al posadero que durante la última noche un tigre había matado una vaca, y nos preguntó si nos gustaría ver al tigre esa noche. Él podía arreglarlo construyendo una plataforma en un árbol y dejando atada una cabra; el balido de la cabra, del pequeño animal, atraería al tigre y nosotros podríamos verlo. Ambos rehusamos satisfacer nuestra curiosidad tan cruelmente. Pero más tarde, ese mismo día, el posadero sugirió que tomáramos el automóvil y nos internáramos en el bosque para tratar de ver al tigre. De modo que al anochecer nos acomodamos en un automóvil con las ventanillas abiertas, el cual era conducido por un chófer, y nos internamos profundamente en el bosque por varias millas. Por supuesto que no vimos nada. Se estaba poniendo muy oscuro y se encendieron los faros delanteros; cuando dimos la vuelta el tigre estaba ahí, sentado justo en medio del camino, aguardando para recibirnos. Era un animal muy grande con una hermosa piel listada, y sus ojos, atrapados por la luz de los faros, centelleaban brillantes. Vino rugiendo hacia el auto, y justo cuando pasó a unas pocas pulgadas de nuestra mano que se hallaba extendida, el posadero advirtió: «No lo toque, es muy peligroso, ¡apúrese!, porque él es más rápido que su mano». Pero uno podía sentir la energía de ese animal, su vitalidad; era una gran dínamo de energía. Y cuando pasó cerca, uno sintió hacia él una atracción enorme. Y desapareció en el bosque.

Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .

Índice