Acerca de la validez del testimonio humano, que podremos aplicar a este caso, dijo Huxley

en una conferencia dada no ha mucho en Nashville: “Forzosamente ha de estar nuestra conducta más o menos influida por las opiniones que nos sugiere el estudio de la historia. Una de estas influencias es el testimonio humano en sus varias modalidades de ocular, tradicional y escrito... Al leer, por ejemplo, los Comentarios de Julio César, daremos crédito a los relatos de sus batallas contra los galos y aceptaremos su testimonio en este punto, pues comprendemos que César no hubiera hecho tales afirmaciones de no ser ciertas”. En consecuencia, es lógico aplicar esta regla de investigación a los casos en que César habla de los augures, adivinos y otros fenómenos psíquicos. Lo mismo debemos decir de Herodoto y demás historiadores antiguos, pues si no fueron espontáneamente verídicos, tampoco se les ha de creer en asuntos meramente profanos, porque falsus in uno, falsus in omnibus. Y por igual razón, si se les da crédito en los asuntos mundanos, también se lo hemos de dar en los espirituales, pues, según dice Huxley, la naturaleza humana fue en la antigüedad lo mismo que es ahora. Los hombres de honrado talento no mienten por el placer de engañar o pervertir a la posteridad. Una vez determinadas por Huxley las probabilidades de error en el testimonio humano, ya no hay necesidad de discutir la cuestión con respecto a Van Helmont y a su ilustre y calumniado maestro Paracelso. Su comentador Deleuze dice que las obras de Van Helmont tienen mucho de mítico e ilusorio (acaso porque no las entendió debidametne), pero en cambio reconoce que fue hombre de vasta cultura, penetrante juicio y descubridor de grandes verdades, pues dio por vez primera el nombre de gases a los fluidos aeriformes y dejó abierto el camino para las futuras aplicaciones del acero (46). No es posible, por lo tanto, suponer que los experimentadores al quimistas desconociesen los cuerpos simples desde el momento en que combinaban, recombinaba, disolvían y descomponían los ingredientes químicos tal como hoy día se sigue efectuando en los laboratorios. Si tan sólo hubiesen tenido fama de teóricos, nada valdrían nuestros argumentos; pero como ni sus mismos enemigos se atreven a negar los descubrimientos que hicieron, todavía cupiera emplear más enérgico lenguaje si no lo impidiera la imparcialidad. Y como quiera que las facultades morales e intelectuales del hombre han de aquilatarse psicológicamente, puesto que creemos en la elevada naturaleza espiritual, no vacilamos en afirmar que si Van Helmont aseguró formalmente que poseía el secreto del alkahest, nadie tiene derecho a tacharle de farsante ni de visionario sin saber cuál era su verdadero concepto del menstruo universal.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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