¿Por qué somos fundamentalmente egoístas? Podemos intentarlo todo para ser generosos en nuestra conducta, pero

cuando nuestros propios intereses están involucrados, nos abstraemos en nosotros mismos volviéndonos indiferentes a los intereses de otros. Pienso que es muy importante no llamarnos a nosotros mismos egoístas o generosos, porque las palabras tienen una influencia extraordinaria sobre la mente. Llamen egoísta a un hombre, y ya está condenado; llámenlo profesor, y algo sucede con la manera que tienen de abordarlo; llámenlo mahatma, e inmediatamente lo ven rodeado de un halo. Observe sus propias respuestas internas y verá que palabras tales como “abogado”, “comerciante”, “gobernador”, “sirviente”, “amor”, “Dios”, tienen un efecto extraño tanto sobre sus nervios como sobre su mente. La palabra que denota una función particular evoca el sentido de status. Lo primero, pues, es librarse de este hábito inconsciente de asociar ciertos sentimientos con ciertas palabras, ¿no es así? Nuestra mente ha sido acondicionada para pensar que el término “egoísta” representa algo muy malo, algo no espiritual, y en el momento en que aplicamos ese término a alguien, nuestra mente ya lo condena. Por lo tanto, cuando usted formula esta pregunta: “¿Por qué somos fundamentalmente egoístas?” eso tiene ya una significación condenatoria. Es esencial darse cuenta de que ciertas palabras originan en ustedes una respuesta nerviosa, emocional o intelectual de aprobación o condena. Cuando usted, por ejemplo, se califica a sí mismo como persona celosa, se ha bloqueado inmediatamente para una investigación ulterior, ha dejado de adentrarse en el problema total de los celos. De igual manera, hay muchas personas que afirman estar trabajando por la fraternidad humana y, no obstante, todo lo que hacen conspira contra la fraternidad; pero no ven este hecho porque la palabra “fraternidad” significa algo para ellas y ya están persuadidas por esa palabra; no investigan más allá prescindiendo de la respuesta neurológica o emocional que esa palabra evoca; por lo tanto, nunca descubren cuáles son los hechos. De modo que esto es lo primero: experimentar y descubrir si puede usted mirar los hechos sin las implicaciones condenatorias o elogiosas asociadas con ciertas palabras. Si puede mirar los hechos sin sentimientos de condena o aprobación encontrará que en el proceso mismo de mirar hay una disolución de todas las barreras que la mente ha erigido entre ella misma y los hechos. Sólo observe cómo aborda usted a una persona a quien la gente llama un gran hombre. Las palabras “gran hombre” han influido en usted; los diarios, los libros, los seguidores dicen todos que él es un gran hombre, y su mente ha aceptado eso. O bien adopta usted el punto de vista opuesto y dice: “Qué tontería, él no es un gran hombre”. Mientras que si usted puede disociar su mente de toda influencia y simplemente mirar los hechos, encontrará que su manera de abordar las cosas es por completo diferente. Del mismo modo, la palabra “aldeano”, con sus asociaciones de pobreza, suciedad, escualidez, o lo que fuere, ejerce influencia sobre su pensar. Pero cuando la mente está libre de influencias, cuando ni condena ni aprueba sino que meramente mira, observa, entonces no está absorta en sí misma y ya no existe más el problema del egoísmo tratando de ser generoso.

Jiddu Krishnamurti . El Proposito de la Educacion .

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