Vivimos física, psicológica e intelectualmente en total desorden y confusión, siendo la confusión nuestra contradicción:

decimos una cosa, hacemos otra, pensamos algo y actuamos de un modo distinto. Pero el orden es necesario a fin de que el cerebro pueda funcionar con propiedad, objetivamente. Es obvio que, al igual que una máquina, si no funciona apropiadamente es inútil. Entonces, ¿puede el orden surgir gracias a este descubrimiento? El orden, no conforme al sacerdote ni al orden social que es inmoral-, sino el orden sin conflicto, sin control, sin admisión del tiempo en absoluto. ¿Puede ese orden perfecto, que es virtud, surgir de la observación de este desorden en que uno vive? O sea, ¿puede la mente observar, estar atenta a este desorden sin buscar cómo habérselas con él o cómo trascenderlo, estar atenta al desorden sin preferencia alguna? Y para que esté atenta de ese modo, el observador no tiene que interferir con la observación. El observador, que es el pasado, que dice: “Esto está bien, esto está mal, debo elegir esto, no debo elegir aquello, esto debe ser, aquello no debe ser”, ese observador no tiene que interferir en absoluto con la observación. ¿Pueden, entonces, observar su desorden sin la interferencia, sin el movimiento del pensar, que es tiempo? ¿Pueden simplemente observar? La observación implica atención, obviamente, y cuando uno está prestando atención completa al desorden, ¿hay desorden? De este modo, el orden llega a ser como la más elevada forma de las matemáticas, que son el orden completo. ¿Existe, entonces, una manera de vivir sin ningún control, la cual implica observar sin el movimiento del pensar, que es tiempo? Investíguenlo y lo verán. Lo que crea el tiempo es la división entre el observador y lo observado, y uno ha eliminado por completo esta división cuando hay atención total y percepción alerta. Por lo tanto, la relación en nuestra vida cotidiana, que hemos discutido en pláticas anteriores, es una verdadera relación en la que no existen la imagen del “yo” y la imagen de “él” o “ella”. Ahora bien, habiendo establecido esto, que es orden, nos preguntamos si el cerebro, esa pequeña zona tan controlada, tan moldeada por la cultura, por el tiempo, si el cerebro, la mente, puede estar libre de todo eso y, no obstante, funcionar con eficacia en el campo del conocimiento. Lo expondré de una manera diferente. ¿Hay una parte del cerebro que no haya sido tocada por todo el empeño humano, por la violencia humana, la esperanza, el deseo y todo eso? ¿Comprenden mi pregunta? La mente ha generado orden dentro de esa zona pequeña, y sin ese orden no hay libertad para poder investigar. El orden implica libertad, obviamente. El orden implica seguridad de modo que no haya perturbaciones. Ahora la mente dice: “Veo la necesidad del orden, de la responsabilidad en la relación, etcétera, pero los problemas humanos no se han resuelto”. Entonces la mente pregunta: “¿Hay una clase diferente de energía?” ¿Están siguiendo esto? Esto es meditación, no el sentarse quietamente, respirando de cierta manera, siguiendo un sistema, a un gurú... todo lo cual es una absurda insensatez. La meditación es descubrir si existe un área del cerebro donde puede haber una clase diferente de energía, un área donde no exista el tiempo y, por lo tanto, haya un espacio inmensurable. ¿Cómo descubrirá la mente si tal cosa existe? Primero, es preciso dudar. La duda es un agente purificador, pero tiene que ser bien manejada. Uno no sólo debe dudar sino que debe tomar las riendas de la duda, de lo contrario dudará de todo, lo cual sería demasiado estúpido. De modo que la duda es necesaria, dudar de todo lo que uno experimenta, porque esa experiencia se basa en el experimentador. El experimentador es la experiencia, ¿comprenden? Por lo tanto, la búsqueda de más experiencias se vuelve absurda. La mente ha de estar muy clara a fin de no crear ilusiones; uno puede imaginar que posee la nueva clase de energía, que ha alcanzado el estado intemporal; por eso tiene que estar muy seguro de que no proyecta ilusiones. Ahora bien, la ilusión surge solamente cuando hay deseo de alcanzar algo, psicológicamente hablando. Cuando deseo alcanzar a Dios, cualquier cosa que pueda ser ese Dios que he creado desde mí mismo, hay una ilusión. Debo, pues, comprender muy claramente este deseo y el impulso y la energía que este deseo promueve. Por lo tanto, tiene que haber duda y ausencia de todo factor de ilusión. ¿Comprenden? Esto es muy serio, no es cosa de juego. Todas las religiones han creado ilusiones, porque las religiones son el producto de nuestros deseos, explotados por los sacerdotes. Para dar, pues, con esa energía, si es que existe tal energía, si es que existe tal estado inmensurable, el pensamiento tiene que aquietarse por completo y sin control alguno. ¿Es eso posible? Nuestro pensamiento está parloteando incesantemente, está siempre en acción: “Quiero averiguar si existe ese estado; muy bien, dudaré, no tendré ilusiones, viviré una vida ordenada porque ese otro estado puede ser maravilloso, de modo que debo tenerlo”. Está parloteando sin cesar. ¿Puede ese parloteo llegar a su fin sin ningún control, sin ninguna represión, porque cualquier forma de represión o control distorsiona todo el movimiento del cerebro? Tiene que cesar toda distorsión, de lo contrario el cerebro termina por caer en una neurótica ilusión de seguridad.

Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .

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