Pero sólo con estas gradaciones largas y penosas podemos conseguir el renacimiento de este estado
Divino en el que estaremos, como si nos sintiésemos renacer continuamente y al mismo tiempo en todas las fuentes de las innumerables y dulces afecciones de nuestro pensamiento y de todos nuestros deseos espirituales. ¡Señor, que venga a mí el fuego del cielo, para consumir las iniquidades de Israel y de Judá! ¿Que los temblores de mi frágil tierra derriben las columnas de Babilonia, hasta sus cimientos! ¡Que una guerra universal calcine todo mi ser! ¡Que los astros corruptibles que lo iluminan pierdan su luz! ¡Que los cielos y la tierra perecederos que me componen se vuelvan al revés, como una prenda de vestir! ¡Que se formen en mí nuevos cielos y una nueva tierra y que, desde el seno de los escombros de este viejo universo, vea yo que se elevan por los aires el signo de la eterna alianza y el estandarte de triunfador en su gloria!.
Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .