Dice una antiquísima leyenda inda, que enamorado Brahmâ Prajâpati de su propia hija Ushâs (21),
tomó la forma de ciervo (ris’ya) y la convirtió a ella en cierva, de modo que así se cometió el primer pecado de que fue culpable el mismo Brahmâ. Ante tamaña profanación, se aterrorizaron de tal manera los dioses, que asumiendo su más horrible aspecto, pues los dioses pueden tomar cuantas figuras quieran, formaron a Bhûtavan, el espíritu del mal, con propósito de aniquilar la encarnación del primer pecado, cometido por el mismo Brahmâ. Al ver esto, Brahmâ-Hiranyagarbha (22) se arrepintió profundamente y empezó a recitar los mantras de purificación. De su llanto cayó una lágrima, la más ardiente de cuantas de ojos brotaron, que al tocar en el suelo se convirtió en el primer zafiro” (23). Esta semipopular y semisagrada leyenda denota que los indos, no sólo sabían que el azul era el color más eléctrico, sino que también conocían la influencia del zafiro y de otros minerales. Aparte de esto, dice Orfeo que con una piedra imán es posible influir en muchas personas reunidas; Pitágoras atribuye secreta importancia al color y naturaleza de las piedras preciosas; y Apolonio de Tyana enseñaba a sus discípulos las ocultas virtudes de estas piedras, y cada día del mes llevaba una sortija de distinta piedra, con arreglo a las leyes de la astrología judiciaria. Según los budistas, el zafiro tranquiliza el espíritu, serena el ánimo, aleja los malos pensamientos y tonifica el cuerpo, que son precisamente los efectos atribuidos por la moderna electroterapia a la acción de una corriente eléctrica con acierto dirigida. A este propósito dicen los budistas: “El zafiro abre puertas y casas cerradas para el espíritu del hombre; despierta el deseo de orar y entraña mayor paz que cualquiera otra alhaja. Pero quien la lleve ha de vivir pura y santamente” (24).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .