El otro día, mientras uno paseaba por un apartado sendero boscoso, lejos del ruido y

la brutalidad y vulgaridad de la civilización, muy lejos de cuanto el hombre ha producido, había una sensación de gran quietud que abarcaba todas las cosas serena, distante y colmada del sonido de la tierra. Mientras uno caminaba tranquilamente, sin perturbar las cosas de la tierra que le rodeaban los arbustos, los árboles, los grillos y los pájaros- súbitamente, a la vuelta de un recodo, aparecieron dos pequeñas criaturas riñendo la una con la otra, peleando a su pequeño modo peculiar. Una estaba tratando de ahuyentar a la otra que molestaba intentando introducirse en el pequeño agujero que no le pertenecía, y la propietaria la rechazaba. Pronto venció la propietaria y la otra escapó. Y nuevamente hubo quietud, un sentido de profunda soledad. Y mientras uno iba mirando hacia arriba, el sendero se internaba alto en las montañas, la cascada murmuraba dulcemente cayendo a un lado del camino; había una gran belleza y una dignidad infinita no la dignidad que logra el hombre y que parece tan vana y arrogante. La pequeña criatura se había identificado con su hogar, tal como lo hacen los seres humanos. Nosotros estamos siempre tratando de identificarnos con nuestra raza, con nuestra cultura, con las cosas en que creemos, con alguna figura mística, o algún salvador, alguna clase de autoridad suprema. El identificarse con algo parece ser la naturaleza del hombre. Probablemente este sentimiento nuestro se deriva de ese pequeño animal.

Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .

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