No era aún la estación, de modo que las cabañas estaban vacías y uno se
encontraba solo, y en la noche había mucho silencio. Ocasionalmente, solían venir los osos, y a veces se oían sus pesados cuerpos chocar contra la cabaña. Éste podía haber sido un lugar completamente salvaje, porque la civilización moderna no lo ha destruido del todo. Uno tenía que escalar desde el llano, yendo y viniendo, más y más hacia arriba hasta llegar a este bosque de secoyas. Había torrentes que corrían hacia abajo por la ladera. ¡Era tan extraordinariamente hermoso encontrarse solo en medio de estos inmensos, altísimos árboles, antiguos más allá de la memoria y tan por completo indiferentes a lo que estaba ocurriendo en el mundo, silenciosos en su antigua dignidad y fuerza! Y en esta cabaña, rodeado por estos añosos árboles, uno estaba solo día tras día, observándolo todo, haciendo largas caminatas sin toparse prácticamente con nadie. Desde tal altura podían verse los llanos iluminados por el sol, sumergidos en sus ocupaciones; se divisaban los automóviles como pequeños insectos persiguiéndose unos a otros. Y aquí arriba sólo los verdaderos insectos estaban atareados todo el día. Había muchísimas hormigas. Las rojas trepaban sobre las piernas, pero nunca parecían prestarle a uno mucha atención.
Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .