Desde la más remota antigüedad se percataron los filósofos de la singular influencia de la
músca en algunas enfermedades, sobre todo en las nerviosas. Kircher recomienda la música como medicina, pues en sí mismo experimentó sus curativos efectos valiéndose de un tímpano compuesto de cinco vasos de muy delgado cristal, dispuestos en fila y llenos de dos distintas clases de vino los dos primeros, de aguardiente el tercero, de aceite el cuarto y de agua el quinto, con los que producía cinco notas golpeando los bordes con el dedo. Los sonidos musicales tienen una propiedad de atracción que expele y se lleva en sus vibraciones la dolencia. Veinte siglos atrás ya se valía Asclepiades del sonido de una trompeta para curar la ciática, cuyo dolor cesaba por la vibración de las fibras nerviosas. Análogamente afirma Demócrito, que muchas enfermedades se curan al son de la flauta, y Mesmer empleaba en sus curas magnéticas el tímpano de Kircher. A este propósito acude espontánemante a la memoria aquel pasaje de la Biblia, en que David aliviaba al son del arpa la melancolía de Saúl. Dice así: Y con esto, cuando por permisión de Dios arrebataba a Saúl el espíritu maligno, tomaba David el arpa y la tañía con su mano, y Saúl se recobraba y se sentía mejor porque el espíritu maligno se iba de él (17).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .