Según los teólogos católicos cuya eterna pesadilla es el demonio, la mujer futura, descrita por

Comte, caerá en poder de los íncubos (10); pero a juicio de más zumbones autores, la Divinidad del positivismo será una yegua de dos patas. También Littré hace prudentes restricciones al aceptar el apostolado de tan maravillosa religión. Decía así en 1859: “Asegura Comte que no sólo ha establecido los principios, trazado los perfiles y descubierto el método, sino también las consecuencias necesarias para levantar el edificio social y religioso del porvenir. En esta segunda parte nos reservamos la opinión, al propio tiempo que aceptamos sin reparo en herencia el conjunto de la primera” (11). Pero más adelante añade: “En su magistral obra: Sistema de filosofía positiva, establece Comte las bases de una filosofía que, con el tiempo, ha de suceder a la teología y a la metafísica. En esta obra expone, como no podía menos, su directa aplicación al gobierno de las sociedades. Como quiera que no advierto nada arbitrario en estas doctrinas, y en cambio encuentro verdadera ciencia, mi adhesión a los principios se extiende a sus esenciales consecuencias”. Littré se ha mostrado digno discípulo del profeta, pues todo el sistema de Comte nos parece basado sobre equívocos. Donde dice positivismo se ha de leer nihilismo; donde castidad, leed impudicia, y así de lo demás. Como quiera que es una religión fundada sobre bases negativas, difícilmente pueden llevarla sus prosélitos a la práctica, sin decir que lo negro es blanco. Sigue Littré: “La filosofía positiva no acepta el ateísmo, porque el ateo no tiene la mente emancipada, sino que, a su modo, es un teólogo que explica como le place la esencia de las cosas, y presume conocer su origen... El ateísmo es sinónimo de panteísmo y este sistema también es todavía enteramente teológico y pertenece a la escuela antigua” (12). Perderíamos el tiempo si prosiguiéramos citando más pasajes de estas paradójicas disertaciones. Comte llegó al colmo del absurdo al dar el nombre de religión a su nueva filosofía y, como suele acontecer en estos casos, sus discípulos sobrepujaron el absurdo. Filósofos postizos que brillan en las academias positivistas de Norte América, como una luciérnaga en comparación de una estrella, delatan con toda amplitud sus opiniones al cotejar “el sistema de pensamiento y vida” planeado por el apóstol francés con “las necedades del espiritismo” que, por supuesto, sale malparado del cotejo. “Para destruir es necesario reedificar”, exclama Comte citando a Cassaudiere, sin conformarse con su pensamiento; y sus discípulos explanan el aborrecible sistema con que pretenden sustituir el cristianismo, el espiritismo y aun los métodos científicos. Uno de ellos dice: “El positivismo es una doctrina integral que repudia por completo toda creencia teológica y metafísica, toda modalidad sobrenatural y, por consiguiente, el espiritismo. El verdadero criterio positivista sustituye el estudio de las leyes invariables de los fenómenos por el de sus causas inmediatas. En este concepto también repudia el ateísmo, porque al fin y al cabo el ateo es un teólogo en el fondo, pues no difiere de los teólogos en el planteamiento, sino en la solución del problema, y por lo tanto, es inconsecuente. Los positivistas rechazamos todo problema inaccesible a la mente humana, pues de lo contrario malgastaríamos nuestras fuerzas en la imposible indagación de las causas primeras. Por lo tanto, el positivismo da satisfactoria explicación del mundo y de los deberes y destino del hombre" (13).

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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