Más el pleno reconocimiento de la ley del sacrificio eleva al hombre más allá del

plano mental donde el deber se considera como deber, como “lo que debe hacerse porque es debido”; y le transporta al plano más elevado de Buddhi, donde se siente la unidad de todos los “yos” y todas las energía se despliegan en provecho de todos y no de un yo separado. Únicamente en este plano se siente la ley de sacrifico como delicioso privilegio, en vez de reconocerse sólo por la inteligencia como verdadera y justa. En el plano búdico el hombre ve claramente que la vida es una, que el Logos deriva perpetuamente en libre efusión de amor, y que la existencia aislada no puede ser sino mezquina y pobre, sin hablar de la ingratitud que apareja. Allí, el corazón se lanza completamente hacia el Logos en potente impulso de amor y de adoración, y se entrega en gozosa renuncia a fin de ser una de las vías por donde su vida descienda e irradie sobre el mundo para ser portador de su Luz, un mensajero de su compasión, un operario de su reino, como única vida digna de vivirse para acelerar la evolución humana, servir a la Buena Ley, y aliviar un poco la carga del Seño mismo.

Annie Besant . La sabiduría antigua .

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