Según una antigua fábula, cuando Dios estaba creando el mundo se le acercaron cuatro ángeles
con interrogantes. «¿Cómo lo estás haciendo?», preguntó el primero. El segundo cuestionó: «¿Por qué?» El tercero dijo: «¿Me lo darás cuando termines?» El cuarto dijo: «¿Puedo ayudarte?» La primera era la pregunta del científico; la segunda, la del filósofo; la tercera, la del político, y la cuarta era la pregunta de la persona religiosa. La indagación científica de la existencia es la de la observación desapegada. El científico tiene que ser objetivo. Para ser objetivo tiene que permanecer sin involucrarse; no puede participar, porque en cuanto se convierte en un participante se involucra. Por eso, el científico sólo conoce la circunferencia externa de la vida y la existencia. El núcleo central permanece inaccesible a la ciencia; su misma metodología se lo prohíbe. El filósofo sólo especula, nunca experimenta. Continúa preguntando hasta lo infinito: «¿Por qué?» Y la pregunta es tal que no importa cuál sea la respuesta; se puede preguntar de nuevo: «¿Por qué?» Con la filosofía no existe ninguna posibilidad de conclusión. La filosofía permanece en un estado de no conclusión. Es una actividad fútil, no conduce a ninguna parte. El político simplemente quiere poseer el mundo, ser su dueño. Es el más peligroso de todos porque es el más violento. Su interés en la vida no radica en la vida misma, sino en su propio poder. Está hambriento de poder, loco por el poder; es un maníaco, es destructivo. En el momento en que posees algo vivo, lo matas, porque en cuanto algo se convierte en una propiedad ya no está vivo. Posees un árbol y ya no está vivo. Posees a una mujer o a un hombre y los has matado. Posees cualquier cosa y el resultado es la muerte, porque solo lo muerto puede poseerse.
Osho . El Secreto de los Secretos: Charlas sobre el secreto de la Flor Dorada .