En esta mañana uno mira hacia abajo en el valle, contempla la extraordinaria extensión de

verde y la ciudad distante, percibe la pureza del aire, observa todas las cosas que se arrastran por la tierra, las observa sin la interferencia de las imágenes que ha construido el pensamiento. Ahora la brisa está soplando desde el valle hacia lo alto del cañón, y uno inicia el regreso siguiendo las vueltas del sendero. Al descender, justo frente a uno, a unos diez pies de distancia, hay un lince. Se llega a escuchar su ronroneo mientras se frota contra una roca, con su pelo que sobresale de las orejas, su corta cola y su extraordinario, gracioso movimiento. Para él también es una mañana de primavera. Caminamos juntos descendiendo por el sendero, y el animal apenas si hace algún ruido a no ser por su ronroneo, disfrutando enormemente, deleitándose por hallarse afuera bajo el sol primaveral; está tan limpio que su pelaje resplandece mientras uno lo contempla toda la naturaleza salvaje está en ese animal. De pronto, uno pisa una rama seca que hace ruido, y el lince escapa sin mirar siquiera hacia atrás; ese ruido señalaba al hombre, el más peligroso de todos los animales. En un segundo ha desaparecido entre los arbustos y las rocas, y toda la alegría se ha esfumado. Él sabe lo cruel que es el hombre, y no desea esperar; quiere estar lejos, tan lejos como le sea posible. Es una apacible mañana de primavera. Consciente de que un hombre se encontraba detrás de él, a pocos pies de distancia, ese lince debe de haber respondido instintivamente a la imagen de lo que el hombre es el hombre que ha matado tantas cosas, que ha destruido tantas ciudades, que ha destruido una cultura tras otra, siempre persiguiendo sus deseos, siempre buscando alguna clase de seguridad y de placer.

Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .

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