Anaxágoras de Clazomene, fundador del sistema filosófico homoiomeriano, creía firmemente que los elementos y arquetipos

espirituales de todas las cosas procedían del éter sin límites, al cual se restituían desde la tierra. Los indos divinizaron el éter (akâsha) y los griegos y latinos lo identificaron con Zeus o Magnus, a quien Virgilio (68) llama pater omnipotens aeter. Las entidades astrales o habitantes del umbral a que hemos aludido son los espíritus elementarios de los cabalistas (69) o los diablos de la iglesia cristiana. Dice Des Mousseaux muy gravemente, al tratar de los diablos, que ya Tertuliano descubrió a las claras el secreto de sus astucias. ¡Precioso descubrimiento! Pero ahora que tanto conocemos de las tareas mentales de los Padres de la Iglesia y de sus descubrimientos en antropología astral, ¿habremos de extrañar que en su afán de exploraciones espirituales se hayan olvidado de nuestro planeta hasta el punto de negarle, no sólo movimiento, sino también esferoicidad? Dice Langhorne en su traducción de Plutarco: “Opina Dionisio de Halicarnaso que Numa mandó edificar el templo de Vesta en forma de rotonda para representar la redondez de la tierra simbolizada en dicha diosa”. Además, Filolao, de acuerdo con los pitagóricos, sostiene que el elemento fuego está en el centro de la tierra; y Plutarco, al tratar de este asunto, atribuye a los pitagóricos la opinión de que “la tierra no está quieta ni situada en el centro del universo, sino que gira en torno de la esfera de fuego, sin ser la más valiosa ni la principal parte de la gran máquina”. De la misma manera opinaba Platón. Por lo tanto, no cabe duda de que los pitagóricos se anticiparon al descubrimiento de Galileo.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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