Ésa es la montaña a la que va a subir el hombre nuevo para hablar

a todo el pueblo que lo rodea y, después de sentarse y de que todos sus pensamientos se hayan agrupado alrededor de él. como si fuesen sus discípulos, abrirá la boca y les dirá: «¡Bienaventurados los que son tan pobres de espíritu que dejan que su enemigo secreto les robe su gloria y sus beneficios temporales y dejan que su propio mundo brille por encima de ellos y los sumerja en la oscuridad, ya que. al dedicarse exclusivamente a la búsqueda de su principio y al acercarse a la verdad, se harán parecidos a ella, para que ella venga a visitarlos y los haga de este modo poseedores del reino de los cielos, al mismo tiempo que de su propio mundo, donde el hombre de pecado que está con ellos los considera en la indigencia y en la ignominia!» «¡Bienaventurados los que no se ofenden por los esfuerzos o tentativas que haga este hombre de pecado para dañarlos, sino que estarán tan ocupados en el cultivo de su tierra que no dejarán que los distraigan ni siquiera con los repro- ches que les haga interiormente de estar sin luces, sin brillo, sin honor, sin riquezas, sin estima ante sus propios ojos, que son lo mismo que los ojos del mundo! Con justicia se les dará la tierra, les pertenecerá y la poseerán, ya que se habrán ganado su posesión con un cultivo tan exclusivo y unos cuidados tan asiduos». «¡Bienaventurados aquellos cuyo hombre interior está en lágrimas y cuyo corazón está atormentado por la abundancia de amargura! Es una prueba de que la palabra del Señor ha bajado a ellos y que comprime todas las substan- cias de la mentira; es una prueba de que la propia palabra se ha impregnado de sus dolores hasta hincharse con ellos, es una prueba de que han sentido los sollozos de la palabra de vida que se ha esparcido por el alma de los profetas de todos los tiempos, que no ha dejado de hablar por ellos de los sollozos de los sacerdotes, de los sollozos de la tierra de Israel, de los sollozos de los caminos de Sión, de los sollozos del muro y de la muralla, de los sollozos de la recogida de la vid, de los sollozos de las moradas de los pastores, que se ha convertido en lágrimas de sangre en la obra del reparador, que se ha apresura- do a recomendar al hombre que deje que la palabra llore en él con toda liber- tad y que llore él copiosamente con ella, ya que sólo así saldrá de él el pecado para que lo reemplace la alegría pura, el sentimiento activo de la libertad de su nueva existencia y los consuelos más dulces e inefables de la vida». «¡Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, que hayan amado su ser hasta el punto de decidirse a saborear la muerte para darle los medios de saborear la vida y para ponerse en condiciones de pronunciar el juicio que se ha transmitido a todos los hijos de los hombres! Pues el hombre viejo está siempre en litigio con el hombre nuevo y, si el hombre interior pronuncia con fuerza el fallo y la sentencia contra el hombre viejo, ¿no se encuentra el hom- bre nuevo inmediatamente en posesión de todos sus derechos, lo mismo que ocurre en las controversias de los hombres, por el mero efecto de la sentencia de los jueces de este mundo? ¿No debe ser mayor el efecto en las cosas refe- rentes a un orden vivo? ¿No es ese el verdadero medio que se ofrece al hom- bre para saciarse de justicia?» «¡Bienaventurados los que sienten que nadie más que ellos mismos puede hacerles una verdadera ofensa, ya que nadie más que ellos mismos puede pro- fundizar hasta su verdadera esencia! Sólo se dedicarán a su propio cuidado y a no permitir hacerse ellos mismos el mínimo daño ni la mínima ofensa. Esta severidad sin límites los absorberá, como si fuese para ellos lo único útil y necesario, hasta el punto de que tendrán una predisposición natural a ser mise- ricordiosos con los demás, ya que los demás no pueden ofenderlos. Con esa indulgencia verdadera y vivificante hacia los demás, el hombre nuevo puede hacer que les nazca el deseo de cuidar de sí mismos a su vez y llevarlos así a la vida de su ser que consistiría en no hacerse ellos mismos ninguna ofensa. De esta manera conseguirá que Dios sea misericordioso con él, si fuese tan desdi- chado de olvidarse hasta el punto de ofenderlo». «¡Bienaventurados los que hayan purificado su corazón lo suficiente para que pueda servir de espejo a la divinidad, ya que la divinidad será a su vez un espejo para ellos! El hombre nuevo no duda que por este medio llega a ver a Dios interiormente, pues sabe que éste era el objeto de la existencia del hom- bre primitivo. Por consiguiente, pondrá vigilantes en todas las avenidas de su ser para impedir que penetre en él alguna influencia falseada y empañe el brillo de este espejo divino que lleva en sí. Estos vigilantes serán fieles guar- dando su puesto, ya que el hombre puede colocarlos con autoridad y no pue- den dejar de cumplir con cuidado sus funciones cuando se decide a darles sus órdenes». «¡Bienaventurados los que suspiran por la paz de espíritu y caminan por el sendero de las obras pacíficas, sin formar parte de ninguno de los bandos opues- tos y furiosos que están luchando todos los días en el hombre! Al librarse así de la turba tumultuosa de su propio mundo, tomarán como padre al autor soberano de la calma suprema y de la paz eterna y serán hijos legítimos de Dios, ya que manifestarán el carácter distintivo de esta fuente, de la que han tomado el naci- miento, que no puede dejar de ser tranquila, ya que está perpetuamente llena del sentimiento inalterable de su infinitud, de su eternidad, de su universalidad. Así podrán decir a sus enemigos: temblad, huid, no podéis hacer nada contra nú, porque llevo en mí un nombre que significa el hijo de vuestro Dios». «¡Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia! Se parecen a los pobres de espíritu y tienen reservada la misma recompensa, ya que sólo el hombre nuevo sufre persecución por la justicia, contando con que él es el úni- co que tiene hambre de justicia y con que el enemigo deja tranquilos a todos los demás, porque los demás no lo molestan, no se rebelan contra él ni lo importunan en sus actuaciones falsas e injustas; pero, cuando se pone la lám- para sobre el celemín, descubre a los malhechores que se habían escondido en la casa y los obliga a huir o a entrar en combate con el dueño para evitar que los denuncie y los ponga en manos de la justicia. ¿Qué persecuciones y qué combates no tendrá que sufrir el hombre nuevo, ya que es él quien enciende las lámparas en todas las habitaciones de la casa y anima contra él, al mismo tiempo, a todos los malhechores que se habían metido en ella y la amenazaban de ruina? Pero, también, ¿qué alicientes y qué consuelos no puede esperar por haber vigilado tan bien la casa que se le ha confiado, ya que esta casa es la casa del Señor? El mismo cielo será su recompensa, ya que el cielo no esperaba más que el momento en que estuviese esta casa limpia y purificada de mal- hechores para venir a poner en ella su morada?.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

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