Tiempo hubo en que cabía esperar que los científicos rusos se tomaran el trabajo de

estudiar atenta e imparcialmente los fenómenos psíquicos. La Universidad de San Petersburgo nombró una comisión presidida por el insigne físico Mendeleyeff, con objeto de poner a prueba en cuarenta sesiones consecutivas a los médiums que quisieran someterse a experimentación. La mayor parte rehusaron la invitación temerosos de alguna celada, y al cabo de ocho sesiones, cuando los fenómenos iban siendo más interesantes, la comisión prejuzgó el caso con frívolos pretextos y dio informe contrario a los médiums. En vez de proceder digna y científicamente, se valieron de espías que atisbaban por los ojos de las cerraduras. El presidente de la comisión declaró en una conferencia pública que el espiritismo, como cualquiera otra creencia en la inmortalidad del alma, era una mezcolanza de superstición, alucinaciones e imposturas, y que las manifestaciones de esta índole, tales como la adivinación del pensamiento, el rapto y otros fenómenos psíquicos, se producían con el auxilio de ingeniosos aparatos y mecanismos que los médiums llevaban ocultos entre las ropas. Ante semejante prueba de ignorancia y prejuicio, el doctor Butlerof, catedrático de química de la Universidad de San Petersburgo, y el señor Aksakof, consejero de Estado, que habían sido invitados a las sesiones, evidenciaron su disgusto en la protesta publicada bajo su firma en los periódicos, cuya mayoría se puso en contra de Mendeleyeff y de su oficiosa comisión, al paso que más de ciento treinta personas de la aristocracia sanpetersburguense, sin determinada filiación espiritista, avaloraron con su firma la protesta. El resultado fue que la atención pública se convirtiera hacia el espiritismo, constituyéndose en todo el imperio numerosos círculos. La prensa liberal empezó a discutir el asunto, y se nombró otra comisión encargada de proseguir las interrumpidas investigaciones. Pero tampoco es fácil que la nueva comisión cumpla con su deber, pues tiene oportunísimo pretexto en el informe dado por el profesor Lankester, de Londres, acerca del médium Slade, quien, contra las prejuiciosas y circunstanciales aseveraciones de Lankester y de un amigo de éste llamado Donkin, opuso el testimonio de gran número de investigadores entre los que se contaban Wallace y Crookes. A este propósito, el London Spectator publicó un artículo del que extractamos los siguientes párrafos: “Es pura superstición el presumir de tan completo conocimiento de las leyes de la naturaleza, que hayamos de repudiar por falsos unos fenómenos cuidadosamente examinados por detenidas observaciones, sin otro fundamento que su aparente discrepancia con principios ya establecidos. Asegurar, como según parece asegura el profesor Lankester, que porque en algunos casos haya habido fraude y credulidad en estos fenómenos, como también los hay en las enfermedades nerviosas, forzosamente haya de haberlos contra toda escrupulosidad de las investigaciones, equivale a aserrar las ramas del árbol del conocimiento en que arraigan las ciencias inductivas y demoler toda la fábrica del edificio científico”. Pero ¿qué les importa esto a los doctores? El torrente de superstición que, a su decir, arrastra a millones de inteligencias claras, no puede alcanzarles; el nuevo diluvio llamado espiritismo, no es capaz de anegar sus robustas mentes; y las cenagosas oleadas de la corriente han de romper la furia sin ni siquiera mojar la correa de su zapato. Tal vez la tradicional terquedad del creador les impide confesar el poco éxito que sus milagros tienen en nuestros días contra la ceguera de los profesionales de la ciencia, aunque de seguro sabe que desde hace tiempo resolvieron poner en el frontispicio de sus colegios y universidades, el siguiente aviso: De orden de la ciencia se le prohibe a Dios hacer milagros en este sitio (45).

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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