Es muy extraño que los cristianos estén obligados a creer como artículo de fe los
milagros bíblicos, y no sólo no crean, sino que se mofen de los prodigios relatados en el Atharva Veda y los atribuyan al demonio. Sin embargo, contra la malévola opinión de algunos sanscritistas, podemos demostrar, bajo varios aspectos, la identidad esencial entre ambas taumaturgias, con la particularidad de que no pueden haber plagiado los Vedas a la Biblia, puesto que las escrituras hebreas son muy posteriores a las indas. Primeramente, la cosmogonía induísta desvanece el error, durante tanto tiempo sustentado por los occidentales, de que Brahmâ era la divinidad suprema de los indos, cuando tan sólo es un aspecto inferior, análogo al Jehovah hebreo, “el espíritu semoviente sobre las aguas”, el dios creador, el demiurgos, el arquitecto del mundo, cuya imagen simbólica tiene cuatro rostros correspondientes a los cuatro puntos cardinales. A este propósito dice Poler: “En el principio, el embrionario universo reposaba sumergido en las aguas, en el seno del Eterno. De las caóticas tinieblas surgió Brahmâ, el arquitecto del universo, y sobre una hoja de loto flotaba entre las aguas y las tinieblas” (29). Idéntico es el relato de la cosmogonía egipcia, en que Athor, la Madre Noche, símbolo de las tinieblas, cubría en un principio la inmensidad del abismo de las aguas sobre las que flotaba el espíritu del Eterno. También las Escrituras hebreas hablan del espíritu de Dios, y de su emanación creadora simbolizada en otra divinidad (30). Pero continuemos el relato de la cosmogonía inda: “Al ver el caótico estado de las cosas, se pregunta Brahmâ a sí mismo lleno de consternación: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? Entonces oye una voz que le dice: “Eleva tus plegarias a Bhagavad” (31). Brahmâ se sentó en la hoja de loto en actitud contemplativa, con la mente enfocada en el Eterno, quien, complacido de aquella muestra de piedad, disipa las tinieblas y descorre el velo de su mente. Al punto surge el radiante Brahmâ del huevo del universo, y henchido del divino espíritu que le ha despertado la mente, empieza a actuar y se mueve sobre las aguas. Es Narayana”.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .