Aquí no podemos sino rozar un problema tan complejo y que ya hemos estudiado en
otro lugar1. Advirtamos de todos modos que «producir el fuego» en el propio cuerpo es un signo de que se ha trascendido la condición humana. Según los mitos de algunos pueblos arcaicos, las Hechiceras poseían naturalmente el fuego en sus órganos genitales y de él se beneficiaban para cocer sus alimentos, si bien lo escondían a los hombres. Estos últimos consiguieron, empero, apoderarse de él mediante una estratagema2. Estos mitos reflejan tanto las reminiscencias de una ideología matriarcal como el hecho de que el fuego producido por el frotamiento de dos trozos de madera, o sea de una «unión sexual», se consideraba «contenido» en aquel de los dos trozos que simbolizaba a la «hembra». Gracias a este simbolismo, la mujer es en este nivel cultural «naturalmente» hechicera. Pero los hombres han llegado a «dominar» el fuego, y los hechiceros acaban por ser más y más numerosos que las hechiceras. En Dobu, los autóctonos dicen que los brujos y las hechiceras vuelan por la noche y que se pueden seguir los rastros de su vuelo por las huellas de fuego que dejan tras ellos.
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .