La alquimia, como luego veremos, se inscribe en el mismo horizonte espiritual: el alquimista adopta

y perfecciona la obra de la Naturaleza, al mismo tiempo que trabaja para «hacerse» a sí mismo. Pero es interesante seguir la simbiosis de las tradiciones metalúrgicas y al-químicas a fines de la Edad Media. Poseemos, a este respecto, un precioso documento: el Bergbüchlein, el primer libro alemán sobre tal cuestión, publicado en Augs-burg en 1505. Agrícola, en el prefacio de su De re metálica (1530) lo atribuye a Colbus Fribergius, médico distinguido —non ignobilis medicus— que vivía en Fri-burgo, entre los mineros, cuyas creencias expone y cuyas prácticas interpreta a la luz de la alquimia. Este librito, rarísimo y particularmente oscuro (líber admodum con-fusus, decía Agrícola), fue traducido por A. Daubrée, con la colaboración de un ingeniero de minas de Coblenza, y publicado en el Journal des Savants de 1890. Se trata de un diálogo entre Daniel, conocedor de las tradiciones mineralógicas (Der Bergverstanding) y un joven aprendiz de minero (Knappius der Jung). Daniel le explica el secreto del nacimiento de los minerales, el emplazamiento de las minas y la técnica de la explotación. «Es de notar que, para la generación o crecimiento de un mineral metálico, se precisa un genitor y una cosa sumisa o materia capaz de percibir la acción generadora.» 15 El autor recuerda la creencia, tan extendida durante la Edad Media, de que los minerales son engendrados por la unión de dos principios: el azufre y el mercurio. «Aún hay otros que pretenden que los minerales no son engendrados por el mercurio, porque en muchos lugares se encuentran minerales metálicos, sin que haya mercurio; en lugar de éste, suponen una materia húmeda, fría y mucosa, sin azufre alguno, que se saca de la tierra como si fuera su sudor y mediante la cual, con la copulación del azufre se engendrarían todos los minerales» (ib'td., p. 387). «Además, en la unión del mercurio y el azufre al mineral, éste se comporta como la simiente masculina y aquél como la femenina en la concepción y el nacimiento de un niño» (ibíd., p. 386). El fácil nacimiento de un mineral requiere como condición necesaria «la cualidad propia de un recipiente natural, como los filones, en el que el mineral se engendre» (ibíd., 388). «También son precisas vías o atajos cómodos mediante los cuales el poder metálico o mineral pueda tener acceso al vaso natural, como las crines» (ibíd., p. 388). La orientación y la inclinación de los filones están en relación con los puntos cardinales. El Bergbüchlein recuerda las tradiciones según las cuales los astros rigen la formación de los metales. La plata «crece» bajo la influencia de la luna. Y los filones son más o menos argentíferos según su situación referida a la «dirección perfecta», señalada por la luna (ibíd., p. 422). El oro, como es natural, crece bajo la influencia del sol. «Según la opinión de los sabios, el oro es engendrado por un azufre del color más claro posible y bien purificado y rectificado en la tierra, bajo la acción del cielo, principalmente del sol, de manera que no contenga ningún humor que pueda ser destruido o quemado por el fuego, ni ninguna humedad líquida capaz de ser evaporada por el fuego» (p. 443). El Bergbüchlein explica igualmente el nacimiento del cobre por la influencia del planeta Venus, el del hierro por la de Marte, el del plomo por la de Saturno.

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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