Este refugio se hallaba rodeado de altos postes con alambrada de púas, y los ciervos

que moraban allí eran tan tímidos como las serpientes. Solían verlo a uno cuando llegaba y suavemente desaparecían entre los arbustos. Había ciervos moteados, llenos de dulce encanto e infinitamente curiosos; pero el temor que sentían por el hombre era más fuerte que su curiosidad. Algunos eran considerablemente grandes. Luego estaban los ciervos negros, con cuernos que se arrollaban rectamente en espiral. Eran aun más tímidos que los anteriores. Y más allá de la cerca de alambre había otros completamente mansos. Acostumbraban permitir que uno se aproximara mucho a ellos, claro que sin tocarlos; pero en realidad no sentían ningún temor. A veces se detenían para mirarlo a uno, erectas las orejas y azotando sus largas colas. Los que estaban dentro del espacio cercado solían reunirse a la tarde en un pequeño prado. Podía verse tal vez alrededor de un centenar. En este bosque nada era muerto por el hombre, ni los pájaros ni las serpientes ni, por supuesto, los ciervos.

Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .

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