Echando una ojeada sobre las grandes religiones de la humanidad, se ve cuánto tienen de
común en ideas dogmáticas, morales y filosóficas. El hecho está universalmente reconocido; pero su explicación se discute de modo muy diverso. Pretenden unos que las religiones han germinado en el campo de la ignorancia humana, donde la imaginación las cultivó, elaborándolas gradualmente desde las formas más groseras como el animismo y el fetichismo. Sus analogías se deben así a los fenómenos universales de la naturaleza, imperfectamente observados y explicados a capricho. Semejante escuela da como clave universal el culto del sol y de los astros. Para otra escuela, la clave no menos universal está en el culto fálico. El miedo, el deseo, la ignorancia y la admiración llevaron al salvaje a personificar los poderes de la naturaleza, y luego los sacerdotes se aprovecharon de esos terrores y esperanzas, transformando los mitos en Biblias y los símbolos en hechos, mediante sus imaginaciones melancólicas y sus inquietantes contiendas; como la base era en ambas la misma, la semejanza en los resultados era inevitable. Así hablan los doctores de la Mitología comparada, y bajo el peso de tal cúmulo de pruebas, las gentes sencillas callan, aunque no queden convencidas por completo. No pueden, en efecto, negar las analogías; pero se preguntan con vaga inquietud: Las concepciones más sublimes de los hombres, sus más halagüeñas esperanzas, ¿sólo son el resultado de los sueños del salvaje o de las adivinaciones de los ignorantes? Los grandes héroes y mártires de la humanidad, todos los que han vivido, trabajado y sufrido, ¿murieron en la ilusión forjada por los hechos astronómicos o por las disimuladas obscenidades de los bárbaros?.
Annie Besant . La sabiduría antigua .