¿Sabe?, percibir algo es una experiencia asombrosa. No sé si alguna vez ha percibido realmente
algo: una flor o un rostro o el cielo o el mar. Desde luego, ve estas cosas cuando pasa cerca de ellas en un autobús o en un automóvil; pero me pregunto si alguna vez se ha tomado la molestia de mirar realmente una flor. Y cuando sí mira una flor, ¿qué ocurre? Inmediatamente la nombra, se interesa en saber a qué especie pertenece, o dice: «¡Qué hermosos colores tiene! Me gustaría que creciera en mi jardín; quisiera obsequiársela a mi esposa, o ponérmela en el ojal», etc. En otras palabras, apenas ve una flor, su mente comienza a parlotear al respecto; por consiguiente, jamás percibe la flor. Uno percibe algo sólo cuando su mente está en silencio, cuando no hay parloteo de ninguna clase. Si usted puede mirar la estrella vespertina que asoma sobre el mar, mirarla sin un solo movimiento de la mente, entonces percibe de veras su extraordinaria belleza; y cuando percibe la belleza, ¿no experimenta también el estado de amor? Por cierto, la belleza y el amor son la misma cosa. Sin amor no hay belleza, y sin belleza no hay amor. La belleza está en la forma, la belleza está en el hablar, la belleza está en la conducta. Si no hay amor, la conducta es trivial; es meramente el producto de la sociedad, de una determinada cultura, y lo que produce es mecánico, carente de vida. Pero cuando la mente percibe sin la más leve agitación, entonces es capaz de mirar a una profundidad total dentro de sí misma. Y una percepción semejante es realmente intemporal. Usted no tiene que hacer nada para provocarla; no hay disciplina, ni práctica, ni método por el cual pueda uno aprender a percibir.
Jiddu Krishnamurti . El Libro de la Vida .