Fácilmente podemos ahora ver cómo surge la idea de que el sacrificio fue sufrimiento. Mientras

la vida divina se deleita en el ejercicio de su actividad con la donación, aun cuado incorporada en una forma no cuida de si esta forma perece por el don y preocúpase únicamente de que es una expresión pasajera y un medio de su individual crecimiento. Por el contrario, la forma que siempre escapársele las fuerzas vitales clama angustiada y ejerce su actividad en retener la vida, resistiendo a la corriente de difusión. El sacrificio disminuye las energías vitales que la forma reclama como suyas, agotándolas totalmente, deja que la forma perezca. En el mundo inferior, éste es el único aspecto cognoscible del sacrificio; y la forma, al verse próxima al suplicio, grita temerosa de su agonía. ¿Qué hay de sorprendente, pues, en que los hombres, cegados por la forma, hayan identificado el sacrificio con la agonizante forma en vez de con la vida libre que se entrega exclamando alegremente: “Heme aquí, ¡OH Dios!, a tu voluntad sometido y por ello gozoso”? ¿Qué hay, además de sorprendente en que los hombres, conscientes de sus naturalezas superior e inferior e identificándose sin embargo con ésta más que con aquélla, hayan sentido las angustias de la naturaleza inferior, de la forma, con angustias propias, sintiendo que ellos aceptan el sufrimiento al resignarse a una voluntad más alta, y consideren el sacrificio como la aceptación devota y resignada del dolor? Mientras el hombre, en vez de identificarse con su vida, se confunda con la forma, no podrá eliminar del sacrificio el elemento dolor. Pero el dolor no puede subsistir en un ser perfectamente armonizado, porque la forma es entonces el vehículo perfecto de la vida que con igual complacencia recibe o abandona. El dolor cesa al cesar la lucha, porque el sufrimiento procede de traqueteos, frotaciones y movimientos antagónicos, y cuando la naturaleza opera en perfecta armonía no existen las condiciones de que el dolor dimana.

Annie Besant . La sabiduría antigua .

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