Si alguien tiene un «yo» mayor que el tuyo, te crea un complejo de inferioridad.
Haces todos los esfuerzos posibles por demostrar que «yo soy superior a ti», «yo soy más santo que tú», «yo soy más grande que tú». Dedicas tu vida entera a algo absurdo, que ni siquiera existe. Inicias un sendero de sueños, y seguirás avanzando por él, haciendo crecer tu «yo» cada día más, lo que te creará la mayor parte de tus problemas. Incluso Alejandro Magno tenía enormes problemas. Su «yo» interno quería ser el conquistador del mundo, y casi llegó a conquistarlo. Digo «casi» por dos razones. En su época, no se conocía la mitad del mundo, por ejemplo América. Y además, entró en la India, pero no la conquistó; tuvo que retirarse. No era muy mayor, solo tenía treinta y tres años, pero durante aquellos treinta y tres años se había limitado a pelear. Se había puesto enfermo, aburrido de tanta batalla, de tanta muerte, de tanta sangre. Quería volver a su patria para descansar, y ni siquiera logró eso. No llegó a Atenas. Murió en el camino, justo un día antes de llegar allí, veinticuatro horas antes. Pero ¿y la experiencia de toda su vida? Cada vez más rico, más poderoso, y después su absoluta impotencia, al no ser capaz ni siquiera de retrasar su muerte veinticuatro horas... Había prometido a su madre que una vez que hubiera conquistado el mundo volvería y lo pondría a sus pies como regalo. Nadie había hecho semejante cosa por una madre, de modo que era algo único. Pero aun rodeado de los mejores médicos se sintió impotente. Todos dijeron: —No sobrevivirás. En ese viaje de veinticuatro horas morirás. Será mejor que descanses aquí, y quizá tengas alguna posibilidad. Pero no te muevas. Ni siquiera creemos que el descanso te sirva de mucho... Te estás muriendo. Te acercas cada vez más, no a tu patria, sino a tu muerte, no a tu hogar, sino a tu tumba. »Y no podemos ayudarte. Podemos curar la enfermedad, pero no la muerte. Y esto no es una enfermedad. Eres casi como un cartucho descargado. En treinta y tres años has gastado tu energía vital en luchar contra esta nación y contra la otra. Has desperdiciado tu vida. No es enfermedad, sino simplemente que has gastado tu energía vital, inútilmente. Alejandro era un hombre muy inteligente, discípulo del gran filósofo Aristóteles, que fuera su tutor. Murió antes de llegar a la capital. Antes de morir le dijo a su comandante en jefe: —Este es mi último deseo, que debe cumplirse. ¿Cuál era aquel último deseo? Algo muy extraño. Consistía en lo siguiente: —Cuando llevéis mi ataúd a la tumba, debéis dejar mis manos fuera. El comandante en jefe preguntó: —Pero ¿qué deseo es ese? Las manos siempre van dentro del ataúd. A nadie se le ocurre llevar un ataúd con las manos del cadáver fuera. Alejandro replicó: —No tengo muchas fuerzas para explicártelo, pero para abreviar, lo que quiero es mostrar al mundo que me voy con las manos vacías. Pensaba que era cada día más grande, más rico, pero en realidad era cada día más pobre. Al nacer llegué al mundo con los puños apretados, como si sujetara algo en mis manos. Ahora, en el momento de la muerte, no puedo irme con los puños apretados. Para mantener los puños apretados se necesita vida, energía. Un muerto no puede mantener los puños cerrados. ¿Quién va a cerrarlos? Un muerto deja de existir, se le ha escapado toda la energía, y las manos se abren por sí solas. —Que todo el mundo sepa que Alejandro Magno va a morir con las manos vacías, como un mendigo. Pero me da la impresión de que nadie ha aprendido nada de esas manos vacías, porque en las épocas posteriores a Alejandro la gente ha seguido haciendo lo mismo, si bien de distintas maneras.
Osho . El libro del ego .